porque de lo posible, se sabe demasiado..."
Resumen de noticias de Silvio Rodríguez.
Como todas las tardes, el hombre con boina viene caminando por la playa. Las olas borran su paso. A cuestas trae enseres que ordena y coloca frente al mar, en el lugar preciso donde lo ha hecho durante tantos años. Saca los pinceles y la paleta, que llena con todos los colores del arcoiris aunque sólo usa los grises, violetas, blancos y azules. Pinta durante horas, minucioso, un cuadro del horizonte que parece nunca terminar hasta que llega la noche. Es entonces cuando recoge todo y sin dejar prueba alguna de su paso, se marcha hasta el día siguiente por el camino en que llegó.
Justo cuando en el reloj marcan las doce del día, una mujer comienza el rito de poner la mesa. Un mantel blanco de lino y dos lugares. La vajilla es blanca con un filo dorado, los cubiertos son de plata y a juego hay dos servilleteros, cada uno con las iniciales respectivas y servilletas que combinan con el mantel. En el centro, una panera. La mesa queda puesta con precisión, no hay ninguna diferencia entre la de ayer y la de mañana, todas son iguales. A la una y cuarto, la mujer sirve la comida: primero la sopa, luego el plato fuerte y al final, el postre que suele ser alguna fruta acompañado de una taza con té de manzanilla, para la digestión. Ella come pausadamente y al terminar, limpia la mesa y deja todo listo para el día siguiente.
Al levantarse, un hombre se mira las ojeras al espejo, sabe que esta noche no durmió bien. Después de un café con leche frío, se sienta en el sillón de la sala, frente a dos televisores, uno encima del otro, y se pone a fumar y a repasar sus recuerdos. Las horas se escapan pero el hombre sigue ahí, rodeado por el humo y un cenicero que paso a paso, se va llenando. Cuando la noche asoma y el cenicero está lleno, el hombre se levanta despacio y va a la cocina, donde lava el cenicero para después, irse a dormir deseando que los recuerdos no le asalten esa noche aunque sabe que, seguramente, se equivocará de nuevo.
Aunque en el reloj marcan las diez, para ella ha pasado una eternidad desde que se acostó. Está cansada pero no puede dormir y se levanta, como cada noche, y se sienta en la mecedora para tejer. No requiere de una lámpara, sus manos han aprendido de memoria los movimientos y se deslizan por entre los hilos de estambre que penden de las agujas como si fuera magia. Ha terminado la colcha cuando un gallo canta y entonces, con pericia la deshace y enreda una madeja que sabe que la siguiente noche, habrá de tejer. Luego se pone de pie y abre las cortinas de la ventana, para que entre la luz del sol.
Justo cuando en el reloj marcan las doce del día, una mujer comienza el rito de poner la mesa. Un mantel blanco de lino y dos lugares. La vajilla es blanca con un filo dorado, los cubiertos son de plata y a juego hay dos servilleteros, cada uno con las iniciales respectivas y servilletas que combinan con el mantel. En el centro, una panera. La mesa queda puesta con precisión, no hay ninguna diferencia entre la de ayer y la de mañana, todas son iguales. A la una y cuarto, la mujer sirve la comida: primero la sopa, luego el plato fuerte y al final, el postre que suele ser alguna fruta acompañado de una taza con té de manzanilla, para la digestión. Ella come pausadamente y al terminar, limpia la mesa y deja todo listo para el día siguiente.
Al levantarse, un hombre se mira las ojeras al espejo, sabe que esta noche no durmió bien. Después de un café con leche frío, se sienta en el sillón de la sala, frente a dos televisores, uno encima del otro, y se pone a fumar y a repasar sus recuerdos. Las horas se escapan pero el hombre sigue ahí, rodeado por el humo y un cenicero que paso a paso, se va llenando. Cuando la noche asoma y el cenicero está lleno, el hombre se levanta despacio y va a la cocina, donde lava el cenicero para después, irse a dormir deseando que los recuerdos no le asalten esa noche aunque sabe que, seguramente, se equivocará de nuevo.
Aunque en el reloj marcan las diez, para ella ha pasado una eternidad desde que se acostó. Está cansada pero no puede dormir y se levanta, como cada noche, y se sienta en la mecedora para tejer. No requiere de una lámpara, sus manos han aprendido de memoria los movimientos y se deslizan por entre los hilos de estambre que penden de las agujas como si fuera magia. Ha terminado la colcha cuando un gallo canta y entonces, con pericia la deshace y enreda una madeja que sabe que la siguiente noche, habrá de tejer. Luego se pone de pie y abre las cortinas de la ventana, para que entre la luz del sol.
6 comentarios:
Arriba, se percibe el zapateo impaciente de una celestial sandalia, mientras las musas desordenadas terminan de alzar sus bártulos y barren alguna nota fugitiva. Ya se sabe que, cuando llega Apolo, todo debe estar en orden. Pero nunca se ha sabido de las musas que dejen, a propósito, una obra inconclusa. Con el perdón de Schubert.
... y en esta ritualización de todo lo cotidiano de las vidas, que ritmicamente nos obligan al son de la rutina, surge la poesía de lo simple... sin duda. Hermoso Palomita.
Ivanius querido: ¡qué te digo! A ratos me andan pichicateando la inspiración... ;o) Te mando muchérrimos besos y un abrazote de reyes hasta donde estés, con todo el cariño que ya se sabe.
Mara linda: Yo creo que la mejor poesía está en hablar de eso, de lo de todos los días, que es lo que llena nuestros corazones; no tengo claro si es poesía, pero sí de dónde sale. Un abrazotote y chorros de besos pa' todos por allá.
Bueno… ¿Qué decirte?, me gusta como escribes.
Un placer saludarte.
Querido Eskribidor: me halagas, de veras... Da gusto el que hayas vuelto a escudriñar en esta esquina, un abrazo.
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