jueves, 30 de octubre de 2008

Tarde de fotos

Mis manos huelen a polvo. Me he tirado un clavado al pasado buscando al abuelo Pepe, que se ha escondido así de pronto y no se deja encontrar. Sin embargo, mientras miro todas estas fotos, en mi cabeza pululan muchos recuerdos que forman parte de la propia historia. De pronto me aproximo a la captura del instante que ya no está, que se vierte en un pedazo de papel y lo siento vibrante sin haberlo acaso presenciado. A la niña que llevo dentro y que a últimas fechas se pasea frente a mí descaradamente, le gusta sentarse a escuchar historias y se pierde en ellas, embelesada. Me cuesta trabajo traerla de vuelta cada que se fuga y hacerle entender que, pese a todo, también existe el presente. A fin de cuentas, como alguien bien me decía apenas ayer, no existe el yo si no es en el aquí y el ahora porque el yo, nunca puede irse a otra parte; parece que he encontrado un guía espiritual.
De veras que me sabe mal no encontrar dos fotos que ando buscando y estoy segura que no fueron a ningún lado. Tal vez si les doy un tiempo aparezcan solas, así que me he puesto a escribir, mientras tanto. Todo lo que soy de paciente para unas cosas lo soy de desesperada para otras. Es como si en el disco duro no me hubiesen cargado con toda la paleta de grises y tuviese que conformarme con un sistema binario que me resta posibilidades, o al menos, eso me parece. Con el paso de los años he aprendido algo de técnica cromática y puedo presumir al ser un poco más multicolor, menos mal. La vida me enseña una y otra vez que el ser vértigo no siempre funciona, pero vuelvo a tropezarme y vivo en medio de ráfagas alternadas con periodos de quietud extrema. Soy como el grifo del lavabo que a últimas fechas, está como en huelga y deja salir el agua cuando le da la gana. El problema es que yo no lo decido, tan sólo me sucede a veces en momentos adecuados y otros, en los más inoportunos. He aprendido a vivir con ello y con otras muchas cosas más.
La casa huele a nardos y a cempasúchil en esta época de muertos y de vivos que comparten y que se emocionan, por decirlo en presente, con las mismas cosas. Eso de tener un espíritu mestizo, como apuntaba Mara, tiene también sus ventajas: somos los más adaptables ante diversas circunstancias. Hace años, resolví que las tradiciones eran mi suelo, así que procuro mantenerlas y arroparlas para que sigan vivas, para que funcionen como faros que iluminan mi camino en los días aciagos y también, por qué no, en los felices. Hoy es día feliz de recuerdos y búsquedas en el pasado, y el abuelo Pepe no aparece. Por fortuna, entre tanta foto, encontré otra que puede sustituir a aquella que siempre traigo a la fiesta; por el momento, tendré que conformarme mientras dentro de mí se agitan aires de batalla con la vida y me pregunto si será que el abuelo está enojado conmigo o simplemente, se hartó de mi tradición que, a decir verdad, nunca fue la suya por muy mexicanizado que estuviese. Ni modo, estas cosas pasan cuando menos te lo esperas.

domingo, 26 de octubre de 2008

Rincón de los alebrijes I

Gracias Issa por la fabulosa mañana de domingo

Andábamos por Reforma cuando nos encontramos con la exposición que presenta el Museo de arte popular, desde ayer y hasta el 2 de noviembre, llamada "Desfile de alebrijes monumentales" y que se encuentra en el tramo que va del Ángel a la Diana. Es un espectáculo maravilloso de color que apenas logré medio captar con la camarita de mi celular pero prometo que las fotos buenísimas, llegarán a este espacio en un poco más de tiempo, tengan paciencia. Espero que lo disfruten tanto como nosotras.


-¡Dame un abrazo! - parecía decirnos este.


Entre el gentío, había que abrirse paso para tomar una buena foto.


Una colorida versión del árbol de la vida que brillaba al sol.


Don Quijote y Rocinante en pos de algún molino.


Estas tres se habían subido a la luna y desde allá nos observaban.


El caballito quería brincar hacia la fuente de la Diana.
El juguete tradicional sigue arrancándonos sonrisas.
Y los vochitos, siguen haciendo historia.

Ante tanta oscuridad, una lamparita...

viernes, 24 de octubre de 2008

La pesadilla de Jonás

Primero quise volar, extendí las alas y me dí cuenta de que había perdido el suelo. Ocurrió todo muy rápido y sin saberlo, me precipité hacia un abismo que me devoró. Un escalofrío recorrió mi cuerpo: el miedo se metía hasta los huesos sin dejar espacio para nada más. Hubo un choque y varias sacudidas; oí el ruido de tendones que se rompen, que se rasgan al ritmo de un pálpito alucinante y luego, me perdí. Pasado un momento, recobré la conciencia y me encontré sudando a mares y sin tener la más mínima idea de dónde había ido a parar; la negrura me envolvía. Casi me asfixiaba y la boca con su sabor acre, enviaba mensajes al cerebro para la desconexión; sin embargo, no ocurría nada más allá de mi agitada desesperación, había perdido el control. Intenté mover mis piernas para descubrir que me rodeaba una masa sin forma, que se adhería a mi ropa y ardía al contacto con mi piel. Estaba siendo arrastrada sin tener la menor posibilidad de escape; un rato de forcejeo inútil y a continuación, el abandono sin remedio. Los sentidos me fallaban y me entró una ansiedad por recordar mi rostro, aunque fuera por última vez. Traté de apaciguarme en aquel viaje imaginario por la superficie del mentón, por la forma de las cejas y la curva que baja desde la nariz hasta los labios. Todo era nuevo para mí y me sentí ajena en el propio cuerpo e indefensa ante el destino que se presentaba como único posible en aquel oscuro rincón, alejada de cuanto había conocido. Aquello que me envolvía empezó a burbujear, y poco a poco, me fui hundiendo hasta perderme en el estómago de una gran serpiente devoradora de sueños. Después, no existí más.

Piropo paternal

"Eres una persona consistente: la última en llegar y la última en acabar de comer."

jueves, 23 de octubre de 2008

¿Quién es Jack Lucas?

Era casi la una de la mañana cuando descubrí que me habían enviado un correo larguísimo que yo misma había solicitado. En él, uno de mis muy queridos amigos me retaba a encontrarlo, a descubrir quién era el personaje que le fascinaba desde los quince años y que había inspirado su nombre. Este es mi intento por responderle.

Conocí a Jack Lucas hace más de diez años cuando las casualidades quisieron que nos encontráramos, en un pasillo, en un salón o en una mesa de café, ya ni recuerdo bien porque mi memoria es fragmentaria, pero eso no importa. De porte hidalguísimo y velazquiano, con su eterna sonrisa blanca y ojos pispiretos, en aquel entonces tenía el pelo muy corto, el look de Sandro de América llegaría después y se iría con el tiempo.
Venía allende de nuestras fronteras y me contaba retazos de historias de infancia de una abuela y de un lugar muy verde que vio nacer a un insigne poeta de nuestra América. Entre sus amores se cuentan el beis, jugar basket y devorar cuanto libro caiga en sus manos; su mundo es uno paralelo al nuestro y en él, Jack Lucas se transporta siempre en bicicleta, con su mochila a cuestas en la que siempre hay buena música, buena lectura y una de sus mil libretitas donde apunta todos sus sueños, historias, poemas y canciones.
Hubo un tiempo en el que nos reuníamos con mucha frecuencia, en ese café que se volvió nuestra casa y que hoy, ha desparecido. Él tomaba americano y yo, otro igual pero con leche, y rumiábamos las horas y arreglábamos el mundo y nuestras historias amorosas que sólo eran proyectos. A veces, nos dedicábamos a leernos y a opinar sobre nuestros escritos, pero las más, simplemente soñábamos. Tuvimos una época en la que, cuando los horarios de aquel rincón cafeteril se acortaban, cruzábamos la calle y jugábamos basta en el anverso de los mantelitos del Vip´s; debo decir que sólo él y alguna que otra hacían trampa y se inventaban cosas que no existían con tal de ganarnos: a veces, lo conseguían y otras, sólo nos divertíamos hasta entrada la madrugada, éramos muy felices en aquel entonces.
Si la versatilidad tiene un nombre, ése es Jack Lucas. Fue como un hermano para mí desde el inicio y he seguido con interés y mucha curiosidad todos sus pasos. Jardinero, barman, despachador de gasolina, repartidor, transcriptor, pintor de brocha gorda, fotógrafo, mesero, viajero y muchas otras cosas más que lo han forjado en esta tremenda ciudad de asfalto. Asiduo del Jarocho en Coyoacán y de las librerías de viejo donde encuentra verdaderas joyas, algunas de las cuales guardo en mi librero con mucho cariño. Es un derrochador nato de energía y logra hacer unos pasos de baile, espectaculares por demás, que impresionan a todas las chicas presentes y que aprendió en un local cubano. Alguna vez, incluso, luego de tremenda bailada se desparramó por el suelo de mi casa durmiéndose en él hasta el amanecer: era la fiesta de inauguración. Otras veces, parece no moverse y se enreda en el humo que sale de su tabaco cuando estamos en un bar, al calor de las horas y viendo pasar los minutos.
Bohemio como pocos, Jack Lucas me ha enseñado el valor de la vida de todos los días. Con un gran corazón, siempre se atora con lo nimio y se despreocupa de lo que no puede alcanzarse. Desenfadado con su historia y no le importa el qué dirán, tiene claros sus grandes proyectos de vida y el resto, se le escurre por entre las manos al compás de cualquier reloj. Siempre he pensado que es un personaje que escapó de algún libro, pero todavía no encuentro de cual, así que por eso sigo leyendo: espero encontrarlo un día.

sábado, 18 de octubre de 2008

El canto de la sirena

Para Locombia, por los paralelismos y los caminos andados

El día asoma sombrío con sus aires de lluvia y sus sueños de lo que pudo haber sido. “Nadie tiene un pacto con el tiempo, ni con el olvido ni el dolor” resuena en mi interior mientras las saudades me abrazan y me hablan tiernamente al oído. Un gato gris se pasea bajo mi ventana y cuando me mira, me habla de futuros que no entiendo. El vértigo del pasado me tiene consigo; sin fuerzas, me abandono a él sólo por un momento y vuelvo como despistada al instante actual. Con suavidad, deshilvano las letras en mi corazón y las pego a las paredes para no olvidarlas. Tengo a la mano un libro viejo, que me enseña nuevas recetas para la vida y que nunca consigo probar. Un acto de prestidigitación y desaparezco para aparecer en otro lado, ahora un poco más al norte. Mi voz se eleva entre el polvo de la habitación y me recuerda que a pesar de todo, vale la pena vivir aunque el cuerpo se rebele. A ratos, las cuerdas del caracol se mecen como las hojas del árbol que está ahí enfrente, pero siempre con sabor a tortas de ñame y arepas. Guardo la cajita de colores que contiene mi memoria, no sea que vaya a perderse. Mis manos recorren los muebles y ponen atención a las historias que andan contando y que mis oídos no quieren escuchar. Me miro al espejo y digo “si desapareces, yo te encuentro”. Por hoy, me voy al mar siguiendo el canto de la sirena…

jueves, 16 de octubre de 2008

Punto cero


Arraigada a la tierra y a las costumbres del suelo en que nació, creció a trompicones, abriéndose paso entre las demás, ahora con las uñas, luego un poco con los dientes y siempre, con más tenacidad que certezas. Lo suyo fue un ejemplo de seguir hacia delante para aferrarse a lo que se cree imposible, a lo que se sueña y se consigue transformar en realidad. En este pasar de los años, cambiaba y se convertía en algo con más sustancia, más definido. Era un crecer constante tratando de alcanzar la luz del sol, por encima de otras, aprovechando cada resquicio para colarse y de nuevo, seguir en el camino gracias a la puritita casualidad de estar en el lugar justo a la hora precisa. Fue madurando y logró que se le asentaran los colores y las formas, se volvió más fuerte al conocer sus fragilidades y más sosegada al entender sus debilidades. Se refinó y adquirió transparencia y claridad, peso y valor. Comprendió su esencia y se la jugó toda en una para el futuro, que tarde o temprano la alcanzaría. Hubo un día en que vio la costa aproximándose; sabía que estaba cerca y se preparó para salir. Como Venus, surgió victoriosa, hermosa y con gran estruendo por entre la espuma y las olas. Aquella tarde sentí que, a pesar de ser la primera vez que trazaba dicha idea en mi cabeza, ella siempre había formado parte de mí.

domingo, 12 de octubre de 2008

Máxima Gonclidiana

Cuando en el salón de clase los alumnos se despanzurraban y subían los pies a las sillas, mi padre les hacía este atinadísimo comentario: "Qué lindos pies te hizo Dios. Bien mereces otros dos."
La culpa es de Miguelángel por habérmelo recordado, cosa que agradezco infinito.

sábado, 11 de octubre de 2008

Fractales

Tenemos frente a nosotros un globo terráqueo y nos fijamos en ese continente alargado que recorre buena parte de la superficie del planeta. Un poco hacia arriba del medio, encontramos un país llamado México. Localizamos la capital y llegamos a ella; tengan cuidado con la altura, es engañosa. Nos desviamos hacia el sur donde cerca de un gran asta bandera, hay una casa naranja que tiene un cuarto con tres paredes. En una de esas paredes, cuelga un cuadro. En el cuadro se ve en primer plano el pasto, que en sus mil listados de tonos de verdes y amarillos, enmarca el resto. Luego sigue el azul infinito que brilla dorado por la luz del sol, debe ser otoño para lograr tener ese color. En el medio del cuadro hay dos sillas, una frente a otra. Una mujer sentada parece esperar a alguien pero no lo sabemos, es sólo una conjetura. Hay también una mesa de madera con varias cosas encima, entre ellas, una jarra con agua a la mitad y tres vasos. Nos preguntamos si es que en realidad, hubo una reunión que ya acabó y nosotros llegamos tarde. ¿Qué está esperando la mujer? Seguimos el recorrido. La mujer viste de blanco y lleva un sombrero con una cinta azul a juego con el borde inferior del vestido, que la cubre hasta los pies. En el regazo, tiene un gato medio adormecido, que ronronea suavemente. ¿Lo oyen? Ahora que nos descubre, abre los ojos. Nos mira con malicia y parece que se ríe. En los ojos del gato se ve un mundo, en el que se dibuja la forma de un continente alargado…

Diatribas personales


No crean que andaba muerta ni de parranda. Llevo unos días haciendo un par de encargos urgentes. Cuando los amigos piden algo, simplemente lo hago porque quiero y porque siendo Gagá, es un compromiso cuasi de sangre. La que fue deán me pidió que escribiera para su madre dos textos. Todo un honor y una tarea.
El primero versa sobre cuándo, cómo y con quién me inicié en la lectura y sobre qué libros me llevaría a “la isla”. Redactar mi inicio en la lectura fue fácil porque contar historias de familia me es siempre grato, pero lo segundo, me machacó la mollera durante varias noches. Finalmente, logré salir de un plumazo, un poco por casualidad y esbocé una tríada de libros que, según yo, me dibujan o me tocan el alma de una manera particular. Nunca me ha sido fácil hacer una lista de favoritos —a excepción del registro de las páginas de internet que guardo en mi computadora—, porque me parece que se queda mucho más en el tintero. Total, según mi visión, hay muchos favoritos que dependen de tal o cual circunstancia o momento, así que confiar en mi memoria para enlistarlos, me parece algo que de veras, no me va y siempre pienso que es más lo que se me olvida que lo que recuerdo.
El segundo texto de encargo es una semblanza de Cristina. ¡Coño, qué complicado me parece elegir las ideas para trabajar un escrito así! Me resuenan ya algunos trazos, pero de ahí a lograr algo se presenta un abismo cuasi insondable. ¿Qué elementos se eligen para la construcción de un texto de esta naturaleza cuando, de pronto, se tiene la idea de que casi no se conoce a la persona? ¿Cómo hacer que encajen los retazos de tiempo en un solo hilo? ¿Qué hacer para darle la fuerza, el respeto y el cariño que esa persona te merece?
En fin, atascada estoy. Ojalá y el tiempo sea magnánimo y me permita concretar la hazaña de manera honrosa y en un lapso relativamente breve. Invoco al dios que me presentó Ivanius hace un par de tardes, para ver si al menos, ilumina mis entendederas y me da bríos para afrontar la infinita cuartilla blanca…

miércoles, 8 de octubre de 2008

Danzón a cuatro tiempos o la importancia de llamarse Ernesto

Primer tiempo
Para que ocurra un encuentro, se necesitan muchas piezas en el tablero. Algunas de ellas, están regidas por la casualidad, tal fue mi caso y otras, como parte de un camino, tal era el caso de él. Estuve a punto de no ir, aunque ganas no me faltaban y si la curiosidad mató al gato, quién sabe qué puede hacerle a una paloma. Lo decidí casi al momento y me enfilé hacia el encuentro con mi propia historia.

Segundo tiempo
Ya lo decía la canción “…quién dijo que todo está perdido…” pero yo nomás no quería creerle. En la vida de cualquiera existen esos instantes supremos en los que no se sabe de qué va la cosa, pero como nos agarran desprevenidos, el corazón se desbalancea y no hay nada más que hacer. Porque, como pasa con Gwendolen, sin conocerle se le quiere únicamente por llamarse Ernesto. Yo pensé que era normal que eso me hubiese ocurrido en el pasado, pero ahora sé que me equivoqué.

Tercer tiempo
Llegué y la música sonaba, apenas como una sugerencia o como un rompecabezas cuando empieza a armarse. Esa rara sensación que ocurre cuando no conoces a nadie y sientes que invades otro territorio, otro mundo que nunca antes habías pisado. Callada, tímida y sin siquiera haberme arreglado un poco, tipo noquieroquenadiemevea, me senté en un rinconcito. Él se presentó solito y la luz de su sonrisa iluminó aquella tarde de octubre. Hubo un click suavecito, que poco a poco, se transformó en clack conforme discurrían los minutos y las horas.

Cuarto tiempo
Muy a la carrera, nos dimos varios abrazos de despedida, como quien no quiere irse y tiene que, forzado, emprender el vuelo. Intercambiamos números telefónicos, no se bien por qué. Probablemente, nunca lo vuelva a ver, a pesar de mis pesares. Pero ese algo que vibró dentro de mí hace que no pueda dejarlo pasar desapercibido. Así que sin dudarlo un momento, le dedico este danzón para la gloria y para el fuego…

martes, 7 de octubre de 2008

¿Involuciones?



Después de muchas vueltas y cambios, el ser humano desarrolló un complejo sistema de comunicación dotando a los signos de significado o a los significados de signo, según como se vea. Y eso ocurrió luego de que la evolución hiciera su trabajo al proporcionarnos este aparato vocal que, aunque a veces no lo parezca, es una maravilla. El punto es que surgió eso que hoy llamamos lenguas y que son, en casos como el nuestro, una verdadera complejidad: sistemas intricados de capas que, emulando a una cebolla, poseen reglas particulares que dictaminan la construcción de ideas para expresarlas y compartirlas. El lenguaje que desarrollamos fue mucho más allá, y se plasmó en diversos medios escritos, electrónicos, pero también sirvió para transmitir ideas sin palabras (que tampoco es novedad en la historia de la humanidad) y palabras sin ideas (¡toda una revolución!). Hasta ahí, suena más o menos bonito, ¿no? Ahora bien, ¿qué es entonces lo que está ocurriendo ahora? Me explico.
Pasamos buena parte de nuestras vidas hablando, diciendo palabras que significan tal o cual cosa. Hay quienes hablan más que otros, pero de eso no voy a hablar aquí ahora. Sin embargo, me viene pareciendo frecuente el hecho de que lo que se dice ya no está comunicando ideas, sino que nomás se dice y el viento se lo lleva. ¿Quién no se ha visto sorprendido por un jefe, un amigo o hasta un desconocido que dice algo que, de pronto, nos es imposible entender? Cuando me di cuenta las primeras veces, pensé que a lo mejor me estaba quedando tonta (que bien puede ser cierto, aunque eso es harina de otro costal), pero son ya tantos los ejemplos que mi tesis inicial ha cambiado radicalmente. Las personas a nuestro alrededor hablan (y conste que yo no me salvo del ejemplo) y dicen suponiendo que nosotros sabemos algo que no se dice, pero como los que escuchamos no sabemos, pues no entendemos. Huelga decir que la cantidad de malentendidos en la actualidad por esta falta de comunicación, me parece alarmante. Puede que el caso no sea nuevo en la historia, pero es que cada vez pasa con mayor frecuencia, no hay derecho...
Además, al menos en el entorno en el que me muevo, el número de palabras utilizadas tiende a reducirse dramáticamente. Pareciese que todos estos siglos que nos dieron riqueza en la lengua, no han servido de nada, porque ahora, como pasa con los celulares, está de moda el disminuir más y más el tamaño de las cosas. Y por si fuera poco, se nos hace más cómodo usar palabras prestadas de otras lenguas que construir las propias, además, eso se ve como una acción en contra de la modernidad. El afán reduccionista nos invade a tal grado, que dicen por ahí, que en la actualidad, el número de palabras usadas cotidianamente por un adolescente mexicano ronda por las cien… ¿qué se hace entonces con el resto del diccionario? ¿Lo tiramos a la basura y ya? O para remar en contracorriente nos dedicamos a usar otras palabras que en poco nadie más conocerá, asumiendo el riesgo de que todavía, nos entendamos menos.
Como si no faltaran motivos, la vida contemporánea sigue dándonos razones para reducir aún más el número de palabras que usamos. ¿Para qué escribir toda una frase diciendo “estoy muy feliz” si podemos ahorrarnos el tecleo con sólo tres signos, a saber :^D, que además, dependiendo del contexto, puede tener un montón de otros significados ocultos y acaso, desconocidos para nuestro interlocutor? Y luego vienen las paqueterías que todos usamos en las computadoras que desconocen muchas palabras, pero eso sí, nos permiten agregarlas al “propio” diccionario. Está bien que una lengua es un sistema en movimiento que se modifica constantemente, pero ¿a poco a tal grado que cada quien puede armar su propio diccionario? Porque, no es que sea yo enemiga de la pluralidad (me parece maravilloso que cada cual construya su propio diccionario) pero dudo mucho que, a estas alturas, existan muchas personas que se dediquen a enriquecer sus paqueterías.
En fin, que me parece trágico que todo lo anterior suceda y para empeorar el asunto, sucede bajo nuestras propias narices y sin darnos apenas cuenta. ¿Qué camino debe elegir el que se dedica a estudiar el lenguaje, el que se dedica a enseñarlo o el que lo usa en su labor cotidiana? ¿Y los que son puro lenguaje y lo escriben y lo hablan como forma de vida? ¿Qué elección personalísima tenemos, si es que la tenemos de veras, cada uno de nosotros, de contribuir o no a esta hecatombe? ¿Qué hacer si cada vez nos entendemos menos? No tengo la menor idea de qué decir ante todas estas preguntas que planteo y por eso es que resolví publicarlas, para ver si alguien puede ayudar a desenmarañarme.

La increíble historia del Circo Fabulópolis

Para Ana y Emilia, ellas saben por qué

Estaba muy triste aquel día. Recién sabía que teníamos que cambiarnos de ciudad y por lo tanto, dejaría de ver a todos mis amigos. Aunque respondí que no quería, mis padres me dijeron que ya todo estaba arreglado y que al acabar el curso, nos iríamos para que yo terminara la primaria lejos de allí. Desconsolada y enojada pero sin saber qué hacer, salí a dar un paseo por el bosque que rodeaba el pueblo.
Caminé distraída durante un buen rato, siguiendo el sendero verde y el vuelo de alguna mariposa. Después de un tiempo, me senté en una gran piedra que encontré y apreté un momento los ojos para contener las lágrimas. Cuando los abrí, lo vi ahí. Medía no más de cincuenta centímetros, aunque por su chistera, parecía más alto. Tenía la cara palidísima, sobre la cual afloraba una puntiaguda nariz y unos bigotes negros y largos que se parecían a los de aquel señor Gaudí, de la foto que mi madre tiene en la pared de su estudio. Con levita negra y camisa blanca almidonada, me hizo una reverencia de lo más ceremoniosa y habló:
— Muy buenas tardes, señorita. ¡Bienvenida al Circo Fabulópolis!
Yo miré hacia atrás pensando que le hablaba a alguien más, pero no había nadie. Tenía que ser a mí…
— El circo… ¿qué?
Fabulópolis… ¡Pase, pase! Venga por aquí… — dijo indicándome que lo siguiera.
No se por qué lo seguí, pero me llevó a un claro donde asomaba la carpa con los colores más vistosos que nunca había visto en mi vida y de la que salían un gran alboroto musical y de voces. La función había comenzado cuando por fin entré, pero no recuerdo nada más. Me queda la impresión de que aquel día me reí como nunca antes y de que una gran ola de felicidad me inundó el cuerpo. Volví a casa ebria de emociones y sabiendo que todo estaría bien en mi nuevo lugar de residencia, como efectivamente comprobé más tarde.
Nunca volví a aquel lugar y luego de muchos años, conseguí casi olvidar el incidente. Eso sí, desde hace algún tiempo a la fecha, cada vez que la vida parece atorarse, el Circo Fabulópolis emerge en mi corazón y de pronto, me siento mucho más tranquila.

Imagen que acompaña y que inspiró esta historia: Isabel (2008), El Circo Fabulópolis, detalle del mural colectivo La ciudad.

lunes, 6 de octubre de 2008

Rincón escolar

¿Quién dijo que la escuela no puede ser divertida?


Panorámica de La ciudad.


Pizzería, edificios y rascacielos.


Teatro, tienda de colchones y shopping center.


Librería.


Disco Dance-dance, calles y sistema de alumbrado.

Mural colectivo en aula de clase de segundo de secundaria, La ciudad (2008), idea original de la princesa Sabrina y el Sr. Memo, con la colaboración de las otras dos "Gracias", Isabel y Graciela, y diversos anexos apuntados.

sábado, 4 de octubre de 2008

¿Un tequila?

En un restaurante, casi a la hora de terminar la cena, el mesero nos ofrece un tequila.
— No gracias—, respondo. — Mejor tráiganos la cuenta y un policía.
— Mejor les traigo la cuenta y un tequila... para despistar al policía.

Vértigo

De pronto, sólo vacío, rastros de algo que nunca fue y que no va a ser, ¿o sí? La eterna duda me fulmina. Intento agarrar con mi mano las horas, para desgranar lentamente los minutos y pensar… ¿Pensar qué? No hay nada que pensar; si acaso, dejar que la desesperanza se deslice y nos llene de otra cosa, que el pasado pase sin que nos detengamos en los detalles para después ser libres. Todo callado, todo sereno. Me atoro con lo nimio, lo que no debería ni siquiera producir un alto en el camino. Tirar hacia delante y no mirar atrás, hacer de cuenta que nada sucedió. Salir volando y pretender que nunca se estuvo aquí. Me aburro de ver pasar tantas líneas, tantos trazos que dibujan no sé qué cosa y se pierden en el infinito. Total, ni respuestas hay y las que hubiere, no las entiendo. Eso es, perderse y difuminarse, convertirse en fantasma hasta que el entorno nos trague para salir del cuadro pintado de grises, como la tarde plomiza que me estruja el alma.

jueves, 2 de octubre de 2008

Cuarenta años después...

...no olvidamos y sabemos que queda mucho por resolver!

Hoy, la mañana tiene el gusto dulce de una ciruela


Despiertas. No abras los ojos, todavía. Quédate inmóvil un instante y mírate por dentro. Siente cómo el borde del pijama se te clava en la pierna izquierda mientras que el dedo meñique está doblado bajo la mano derecha. Siente el sabor acre de tu boca que anuncia que ayer fumaste demasiado. Fíjate en el trago de saliva, que baja poco a poco por la garganta. Te da comezón en una oreja, no te rasques, siente las cosquillas. Nota cómo las tripas reclaman y se mueven en la región abdominal. Trata de saborearte y sentir cómo puedes percibir el latido del corazón en cualquier parte de tu piel, tenue pero constante. Escucha los sonidos a tú alrededor: el camión de la basura que va pasando, un claxonazo lejano, el canto de los pajaritos. Trata de imaginarte cómo será el día de hoy, si estará nublado o soleado. Experimenta el día antes de vivirlo como un cúmulo de sensaciones. Abre los ojos. Siente cómo la luz penetra por ellos, suave y pasajera. Mueve los dedos de tus pies y fíjate cómo la sangre los recorre en un instante. Ponte en pie, mira cómo la columna carga tu cuerpo; nota cómo el cuello tira en aquel lugar donde ayer, lo forzaste en un giro. Estírate y lleva tus brazos al techo, consiéntete con un respiro profundo que mueva tus costillas. Ve hacia el baño, mójate la cara y percibe cómo reacciona tu piel al contacto con el agua fría. En la cocina, prueba el jugo o el café o la leche o lo que quieras, pero date un clavado en el sabor que recién entra por tus sentidos. ¿Ya sentiste el escalofrío antes de meterte al baño? Ahora siente cómo el agua escurre por tu cuerpo, cómo tus músculos se contraen o se extienden ante su presencia, cómo el olor del jabón se dirige a tu cerebro y te transmite el recuerdo de aquel lugar de infancia. Apapáchate y abrázate con la toalla. Siente el tejido de la ropa que te pones, el roce suave del suéter y el áspero del pantalón. Mete tus pies en los zapatos, deja que se acomoden y que te digan que están prontos, antes de dar el primer paso. Ahora sí, después de sentirte, estás lista. Puedes salir al mundo.
PD. Se agradecen las acotaciones de los atentos lectores a los desperfectos del texto.