sábado, 29 de noviembre de 2008

Dilucidaciones

Estoy sentada a la mesa. Paty Blue está frente a mí. Me mira desde hace rato, con gesto grave: la ceja levantada, la boca apretada y la mano en el mentón. Conozco bien el ceño, siempre aparece como nube gris en el horizonte precediendo las tormentas. El humo forma una tenue cortina entre ambas, como separándonos y avisándonos que los minutos se están yendo. No se mueve y no tiene que decirme nada, yo la entiendo. Tiene razón, no hay mucho por hacer a estas alturas. Tenía que contárselo de cualquier manera. Procrastiné la elección y ahora llega el resultado, con todos sus bemoles, me guste o no. La rueda se ha puesto en movimiento, habrá que esperar qué pasa. Siempre supe los riesgos aunque resolví que pesaban más las ventajas, es probable que me haya equivocado. Cualquiera se equivoca, pero a Paty Blue no se le va una y me siento como la más estúpida, me conoce demasiado. La gravedad de la situación me hace titubear y cuando el sabor del miedo y la duda se extienden por la lengua, reculo y sigo callada presintiendo que todo lo que diga será usado en mi contra. Miro hacia cualquier parte, no aguanto el tono severo al que estoy expuesta, quiero salir de allí. Sin embargo, nos hemos metido en un callejón sin salida y como no sea mediante una puñalada certera, no vamos a movernos hacia otro lado. Luego de una eternidad, suspiro para liberar la tensión que como alfiler se me clava en el cuello y me inunda las manos. Doy por zanjada la conversación y sin decir nada, me levanto despacio. Paty Blue sigue allí, no se ha movido un ápice y continúa irradiando dureza en su mirada. Es lo malo de conversar con fotografías, nunca te dan una respuesta.

Vorágine de todos los días

Para leer este texto como fue concebido, recomiendo escucharlo con la composición de Karl Jenkins del Dies irae a partir de la que se creó, que por cierto, me encanta.

(Percusiones estruendosas marcan el ritmo alucinante)

Abro los ojos. Salto de la cama. Café, baño, no olvidar pagos ni el libro pendiente. Los minutos cuentan, la inclemencia del reloj que cada vez pasa más rápido. Pantalones, zapatos, chongo veloz, de los aretes ni me acuerdo. Chamarra, mochila, bolsa, botella de agua, salgo al frío cuando el sol ya asoma.

Dies irae, Dies illa...

Saludo al perro, saludo al vecino, saludo a Juan Carlos, saludo al poli y salgo. Hace falta cargar gasolina pero justo ahora, no da. Sonrío y pongo cara de idiota para que este señor me deje pasar, funciona. Con la "tanque" del coche verde, no hubo suerte así que espero un poco y paso después. Me siento en el tiempo de "la hora Haste, Haste de México", mientras a lo lejos, los volcanes. La hilera de coches que nunca terminan, los rojos se suceden, no hay remedio. Vuelta, tope, coladera, este autobús es un plomazo. Microbús parado, comenta con uno de a pie, que avance por favor. Tope, otro tope, subida, tope y tope.

...Dies irae, Dies illa, Solvet saeclum in favilla...

Llego, salgo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, entro, subo, leo, bajo, salgo, salgo más, fumo, entro de nuevo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, entro, firmo, salgo y me voy. Todo sin pausas y mientras las horas se escapan, que no se me olviden los pagos.

...Quantus tremor est futurus, Quando judex est venturus...

Bajo, hay mucho tráfico para variar. Gasolina, aguacates, queso, flores, cajero, pagos. Hace calor. Olvidé nota de la gas, mañana paso de nuevo. Lista, súper, florero, refrigerador, olla y sartén, calentar, comer, no hay tiempo para lavar los trastes ni guardar todo, suena teléfono (¡ahora, no!), me lavo los dientes y salgo otra vez. Camino hacia arriba, me doy cuenta de que me dejé el libro de nuevo, ¡chale! No puedo volver, ni modo.

...Tuba mirum spargens sonum...

Llego, subo, saludo, enciendo, checo, café, resuelvo enlaces dobles y triples, me llaman a junta.

...Dies irae, Dies illa...

Salgo de junta, comienzo trabajo con ecuaciones cuadráticas, salto a los derechos, de vuelta a las gráficas, coca cola y pepitas, fumo, correo, hago tabla, pasa de la medianoche, checo, apago, salgo, hace frío, calle cerrada, vuelta inmensa.

...Quem patronum rogaturus, Cum vix justus sit securus?...

Llego, guardo el súper, ceno, pijama, calificaré mañana, me acuesto.

...Dies, dies, dies irae...

Fiesta arriba, no puedo dormir.

...Dies, dies, dies, dies...

Amanece.
Va de nuevo.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Hace treinta y cinco años

- ¿Melón o sandía?- preguntó la niña.
Fue melón. Y se llamó Leonardo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Dos versiones

Por distintas razones, una se crea imágenes de los otros y los otros, de una. No siempre estas imágenes coinciden entre el espectador y el sujeto a representar. En particular, las dos que siguen son visiones distintas de mimisma. Ambas me cautivaron porque creo que contienen elementos de esa que en realidad soy, o al menos, de esa que sueño ser. Para los despistados, no vaya a ser la malinterpretación, estas representaciones están aquí como homenaje a los que las eligieron o realizaron, por su gran "ojo" en los detalles y porque, de alguna manera, me conocen más de lo que yo creía. Un gran beso para ambos, con todo el cariño y un poco más.


Imagen que acompaña a la derecha: Maher, (2008)... si alguien puede darme alguna pista sobre el autor o el nombre de la obra, mucho lo agradeceré.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Estos árboles tristes que de pronto lloran

Estos árboles tristes que de pronto lloran, que se liberan del todo el día menos pensado...
Tuve una cajita en la que me guardé una vez, pero luego, el tiempo y la distancia la desdibujaron y ahora no sé más cómo encontrarla. Esperanza se sienta a la mesa del comedor y me tienta la memoria con un panquecito que dulcemente ofrece, a sabiendas de que prefiero lo salado. El perro negro y blanco del vecino ladra vigoroso al gato gris y gordo del otro vecino, que está sentado en el marco de la ventana del tercer piso; el gato ni se inmuta, simplemente disfruta del sol mientras abajo el perro se desgañita sin remedio. Les veo atributos del todo humanos mientras la tetera chilla avisando que está lista.
La emoción que la llegada del cartero me provoca es siempre única y vibrante. Sólo que a últimas fechas, me trae casi en exclusiva cuentas y propagandas, nada que valga la pena para sorprender al corazón. La era digital lo ha cambiado todo, incluyendo estos detalles que para mí, son colosales desde que tengo memoria. Recuerdo aquellos tiempos en que al avistar un sobre de procedencia lejana o ni tanto, mi mente se perdía en las posibilidades que ofrecía antes de descubrir al remitente. Luego llegaba la sonrisa al evocar la imagen de aquel cuya mano había trazado las líneas que ahora brillaban inquietas en el anverso y reverso del sobre. Un infinito de posibilidades yacía en las entrañas del pedazo de papel, a veces laqueado, otras dibujado y las más, con estampitas que recordaban al arcoiris. Me especialicé en diversas formas de abrir los sobres pero la que más me gustaba era esa de ir a buscar las tijeras para cortar, rasamente, una ínfima parte del cuerpo en forma horizontal. Voilá el secreto profundo en papel ligero, azul o blanco, o en papel más pesado de diversos tonos, colores y texturas. La caligrafia del otro era siempre un presente, una extraña sensación de tenerle allí, a mi lado. La voz del remitente, cuando conocida, seguía los pasos de mis ojos al bailar sobre las líneas. Siempre me perdía en ese mundo que alguien me abría por un momento y vivía a tope todo el universo enrevesado en líneas ahora más juntas, ahora menos: la hechura a mano no tiene parangón. Si corría con suerte, además de la carta cabía alguna sorpresa: postales, fotos, mapas, flores y papelitos que en mis manos cobraban diversos significados. Instantes capturados que se me ofrecían como regalos preciosísimos e insuperables. Y cuando ya había terminado de ver todo, volvía a empezar de nuevo. Releía muchas veces el contenido de aquellos sobres y en cada ocasión, encontraba guiños nuevos, que me contaban entrelíneas las más variadas historias.
Todas las cartas de toda mi vida siempre se almacenaron primero en una cajita, luego en una caja más grande, luego en dos y así, hasta que se desbordaron del cartón que las contenía y las más recientes se encuentran quizá bajo algunas pilas de papel esperando entrar en las cajas ahora que logre organizarme un poco, pero nunca me deshice de ninguna de ellas porque soy una sentimental. En épocas recientes, a veces llegan postales y las más, tarjetas de navidad. Pero son muy pocas en comparación a esos tiempos que ahora parecen tan lejanos.
Aún tengo un par de cajones en la casa, llenos de implementos para elaborar las cartas: una gama de papeles, postales, estampitas, sobres y quién sabe cuánta cosa más junto con una vieja libreta de direcciones, en papel reciclado y de forros con cartón corrugado, que habla de lugares diversos y del pasar de los días. En los últimos años, ha sido casi imposible el romper con la inercia trajinera laboral y lograr tener espacio para al menos, por navidades, escribir unas cuantas tarjetas para enviar aquí y allá. El problema es que tardo mucho en elaborar cada una de esas estampas de mi vida -nada de manufacturas en serie o impersonalidades que sólo estampan una firma-, que ofrezco con todo el cariño a los destinatarios. Esta vez quiero salir del marasmo y reavivar el sonido de la nostalgia, vamos a ver si la vida me da oportunidad de reencontrarme una vez más con aquella yo, que hoy ando buscando.
Estos árboles tristes que de pronto lloran, que se liberan del todo el día menos pensado, se parecen a mimisma. Hermosa similitud que, en este instante, me llena de profunda alegría y me recuerda la frase genial que decía que sólo perdiéndose es como se encuentra una. Tenía razón.
Imagen que acompaña: Árbol del Tule, Oaxaca (2008), por Ruy Mejía.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Monólogo a dos voces

Monocleto y Segistuno se sientan a charlar llegada la hora cero para la que han esperado un mes. Monocleto quiere iniciar la conversación (no sea que el otro pretenda ganarle) pero no sabe qué decir (sueña con hablar del mejor tema del mundo) y se tarda en elegir uno para comenzar (no vaya a ser la de malas y el otro, lo tache de banal). Mientras, Segistuno piensa que ya lo ha dicho todo (a éste no hace falta decirle nada) y que hablar sería desperdiciar el tiempo (más con un tipo así), por lo que calla y mira al otro (esperando que si él tiene algo que decir, lo diga de una vez). Monocleto exclama un par de sinsentidos cuando cree tener un tema (es tan difícil iniciar un diálogo con alguien que no da tregua) y se le atora en la garganta, Segistuno se echa a reír (pero ¡qué imbécil, no puede siquiera articular!) y hiere a Monocleto profundamente (¡se está riendo de mí el pérfido canalla!). Segistuno trata de explicarle (¿cómo se le explica algo a quien no entiende nada?) pero se queda en el intento y no dice palabra (¿para qué?); el otro se suelta a llorar: no sabe qué hacer con este ridículo que siente (¡qué verguenza y qué ganas de matarlo!). Segistuno alcanza un pañuelito a Monocleto (al menos, saca un poco de compasión de su corazón marchito), que se suena los mocos como si fuese un bocinazo que asusta al interlocutor (¡qué asco de persona!). Suena la campana de la catedral y ambos se miran, pues saben que tienen que marcharse (¡menos mal que hasta aquí hemos llegado por el día de hoy!). Se dan la mano (no me vayas a embarrar tus mocos / eres un perfecto soberbio) y se ven a los ojos casi con candor antes de irse: saben que volverán a encontrarse para conversar acaloradamente el mes siguiente, como lo han hecho durante todos estos años.

Imagen que acompaña: Catedral de Santo Domingo, Oaxaca, Oaxaca (2008) por Sofía González.

Estampas cotidianas


La gota se congela a punto de caer. Pareciera que, a mi alrededor, todo está inmóvil. Una ráfaga de aire me recuerda que todavía existo y trae memorias que huelen a pintura fresca. Imágenes que se cuelan, nítidas, entre la telaraña de la memoria. Claridad, frescor, definición, silencio. Los últimos días me devuelven cansada de tantas emociones. El alma se acurruca en una esquina mientras una voz vuela sempiternam entre el clamor de los violines. Hoy no circulo, por mucho que estos huesos me lleven a cualquier parte. Es momento de detenerse y contemplar el horizonte de la propia figura en sombras.
No recuerdo cuándo fue la última vez que pude hacer eso de estar, sin prisas, en cualquier lugar. Son demasiados años de trajín para este cuerpo que ya muestra el paso del tiempo. Sin embargo, la vida concedió un respiro hace unos días y pude por fin, sentirme como persona y estar, de una sola vez y sin interrupciones. Muchas querencias se arremolinaron ante las puertas del corazón, pero las horas se escurrían sin remedio y no pude prestar oídos a todas. El pasado, el futuro y el siempre, todos juntos y en dosis permisibles: entrevista con Lorenzo y sus aceites, instante de las tres gracias sentadas en fila y la búsqueda de un broche de pelo a ritmo tanguero, recuerdos de vista al mar con destellos fugaces, nostalgias de café rodeada de sirenas, noche de Sam en vela y con abrazo rayando el amanecer, celebración con risas y tinto sobre la acera, esquina helada y brillante de encuentros y reencuentros, el eco del danzón en una llamada que me llena de flores y me recuerda que la historia está por escribirse. Todavía la vida me guardó un encuentro más en el árbol de la poesía, con una bala y otros materializados de carne y hueso, con los que rumié varias horas frías pero muy felices.
Después de todo lo anterior, me siento otra, o mejor dicho, la misma que algún día dejé de ser. Sólo pido que esta vez no se me olvide la lección por el camino: pase lo que pase, hay que tener espacio para vivir.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El mejor remedio

Nico tiene doce años y alergia al polen. Ha encontrado para su alergia un remedio interesantísimo que lleva siempre con él, por si se ofrece, en un recorte de revista pegado a la tapa del estuche de lápices de colores. Le pedí que lo copiara en este papelito porque me pareció que a lo mejor, hasta cura más cosas. Acá dejo la receta para el personal pues creo puede ser útil. Yo ya la he empezado a usar con otros males y ¡funciona!



Tres cuentas de collar

Me iré despacio un amanecer
que el sol vendrá a buscarme temprano.
Me iré desnudo, como llegué.
Lo que me diste cabe en mi mano.
"Cuando me vaya" de Joan Manuel Serrat

Una


Ella decidió dejarlo en primavera. Le parecía que aquella estación prometía nuevos aires que le harían más suave el tránsito al nuevo estado. Sabía que había llegado a un punto en el que mirar atrás no servía de nada y que en lo cotidiano, no existían razones para quedarse. Le costó mucho el decidirlo pues la fuerza de la costumbre se imponía y el miedo a enfrentar las cosas de otra manera la subyugaba, pero como el vivir lo mismo repetido le producía hastío, fue lo que escogió. Despacio y sin arrebatos, fue arrimando los recuerdos para no dejar ninguno y comprobó que eran muy pocos, menos de los que había imaginado. Se dió cuenta de que las paredes de la casa nunca habían contado historias de vida, sino de ausencias. No sufrió ninguna desilusión porque muy dentro de sí, lo sabía desde siempre a pesar de que no se hubiese decidido a reconocerlo. Contaba, no los días, sino las horas y los minutos que pasaban con tal de saberse más cerca del esperado momento. Cuando sólo faltaba una luna para cambiar la hoja del calendario, hizo su equipaje y se sentó a esperar en el borde de la cama. El alba despuntaba y quiso levantarse, fue entonces cuando descubrió que le habían salido raíces hacia el suelo y no podía moverse. Ella decidió dejarlo en primavera, pero esa vez, tampoco consiguió hacerlo.

Dos

Ella le quiere de verdad. Sabe que en los últimos tiempos, las cosas se han complicado para ambos y, a pesar de todo, sigue luchando. Las distancias no le ayudan mucho, pero insiste por tanto amor y cariño acumulados con el paso de los años. Sin contar las barreras que en algún momento puso por el miedo a enamorarse de verdad, hoy se entrega con todo y se la juega por completo pues sabe que vale la pena. Sin embargo, un día se quedó esperando y pasó un mes y él, que prometía llegar, no vino. Nada que una llamada telefónica no arreglara y en la que dilucidó que todo seguía como antes. Pasaron las semanas y la línea telefónica se fue enfriando cuando ella más lo necesitaba. Hubo un día en que el teléfono dejó de sonar y aunque ella seguía, día tras día, esperando el timbre, el cacharro continuaba mudo. Comenzó a preguntarse si tanto amor tenía sentido, si, como decía Rosario, el amor debería serlo todo a pesar de las circunstancias. Con dos canastas, hizo una balanza para pesar los frutos del amor contra las inconsistencias y descubrió el lado que contaba más. Luego de eso, tomó su decisión inapelable, puso sus cosas en un hatillo y se fue con su amor hacia otra parte.

Tres

Ella pensó que nunca podría volver a encontrar a alguien a quien amase más. Se equivocó y fue el tiempo el que se lo demostró, con mucho pesar de por medio. Nunca hubo platos rotos, lo que se quebró estaba más adentro y no hacía ruido, sólo generaba abismos insondeables entre dos personas. Ella se subió a la barca del olvido pero las corrientes le fueron adversas y demoró en alejarse. Pasaron varios años cuando un buen día, se sintió distinta y más ligera. Con miedo de arrepentirse, leyó los recuerdos de papel guardados y se dio cuenta de que habían perdido su significado. Se miró extraña en aquellas líneas y se sorprendió de alguna vez haber logrado sentir todo eso por un hombre que no valía la pena. Le pareció una jugarreta de la vida que había quedado por fin, hueca y vacía. Tiró todo a la basura y con una gran sonrisa en la cara, empezó de nuevo. Nunca un fin tuvo tan buen comienzo.

martes, 11 de noviembre de 2008

Saudades

Su recuerdo se colaba con la luz, entre las rendijas de la persiana, y aterrizaba suavemente sobre la mejilla para fundirse en ella. Luego sentí un vasto abrazo, que me cubría repetidas veces y hablaba simultáneamente de ayeres y mañanas, como si el tiempo nunca hubiese cruzado nuestras puertas.
La imagen de ese día seguía mis pasos. Nos encontramos a cualquier hora, en aquel lugar. Fueron sus palabras las que me atraparon como mariposa en el desconcierto y poco a poco, me hicieron perder la dirección. Observé cómo, con sus dedos, capturaba un instante que al regalármelo, se convirtió en flor; lo acepté a sabiendas de que no habría otra oportunidad. Nuestros cuerpos se balanceaban al compás de una canción que nunca sonó y que ambos conocíamos: la habíamos escrito innumerables veces sobre el caracol. Intercambiamos aguamarinas y amatistas a la sombra de las velas; después, quise verlo a través del espejo para escapar de su mirada, pero fue inútil y me dejé ir, sin más contemplaciones, rumbo a la negrura intensa de sus pupilas. Caían lentamente las gotas de agua sobre su espalda: una, dos, tres, cuatro, cinco... Al mismo tiempo, el olor a cedro que todo lo impregnaba. Desenredamos nuestras querencias como si cualquier cosa e hicimos dos madejas con ellas, con las que más tarde, tejería un suéter para taparme del frío el siguiente invierno.
El ruido del cartero quebró el silencio y el sopor matinal con el que la primavera me llenaba, a pesar de que corría noviembre. Aterricé sutil sobre la madera del olvido y salí vestida con sus besos, entonces lejanos. Horas después, me percaté de que él, como los demás sueños, forma parte de mi vida y es real aunque no lleve, todavía, su memoria en la piel. Desde entonces, no soy la misma de antes, sino otra mucho más dichosa.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Si no fuese por las silly love songs

La tarde me cae encima. Hace frío allende la ventana, pero más acá adentro. ¿Qué pasó de ayer a hoy para que hubiese un tránsito tan abrupto de estados anímicos? Nada o mucho, da igual. Lo que importa ahora es el nudo que se forma en mi garganta, esa que ayer apenas aprendía cómo sonar más fuerte. Mi cuerpo siente el hartazgo de los minutos que lo rodean y se estremece con la posibilidad del mañana. Tengo dos fuentes en la cara y lo peor de todo es que no encuentro razones para cerrarlas de una vez por todas. Llevo un sinúmero de imágenes colgadas del corazón. ¿Será que tanta luz inició la hecatombe? Escribo como única vía posible de escape ante el incontrolable resorte de la necedad emocional.
En medio de tanta desolación, por un resquicio se cuela la música y me pierdo en el mar de notas y armonías, casi instantáneamente, como errático náufrago aferrado al salvavidas. No estoy para profundidades auditivas, necesito un abrazo que hoy parezca más cálido, más cercano, más real. Aquí es donde lo encontré, por muy tonto que pueda sonar, luego de unos cuantos juegos memorísticos. Y como ando de sentimental, no puedo sino decir: gracias, Paul, por todas las compañías a lo largo y ancho de mi vida.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Historia de la bruja y su maleta de ranas

Para todas las ranas queridas que ya llevo en mi maleta
La noche caía en el camino a casa cuando de pronto oí que alguien cantaba, un son de mis favoritos, cerca del margen del río y resolví acercarme. Fue entonces cuando la vi. Era bajita y su pelo blanco asomaba bajo un sombrero negro y puntiagudo. Se quedó inmóvil cuando se percató de mi presencia, pudiera decirse que hasta conseguí asustarla. La saludé como si la conociera y ella pareció bajar la guardia. Sus ojitos brillaron cuando por fin habló y me preguntó que qué hacía yo ahí a esas horas. Pensé que más bien, era yo quien debía formular esa pregunta, pero le respondí que su cantar me había llamado la atención. No sé si lo creyó o no, pero a continuación me pidió que la ayudara a cargar su maleta dado que ya estaba ahí. Cuando la agarré, me sorprendió lo pesada que estaba, pero aún así logré llevarla hacia donde me indicó, junto al río. Entonces quiso despacharme, pero yo no estaba dispuesta a irme, así que con una mueca de desagrado me indicó que me hiciera para atrás. Con mucho sigilo, sacó una llavecita de su bolsillo y abrió la maleta. De inmediato, un intenso griterío llenó la noche. Tardé en identificar lo que eran esas sombras que se encaminaban al río. Estuve a punto de abrir la boca pero ella me indicó que callara. Y así, entre las sombras, vi salir una inmensa hilera de ranas, una tras otra, que se perdía bajo el agua del río. Cuando terminaron de salir, me contó las historias de algunas de ellas.
Era un mundo inmenso de ranas. Unas provenientes de lugares tan lejanos como Canadá, España, Cuba y Francia, otras de más cerquita como San Cristóbal y Ensenada. Habían estudiado biología, otras, fotografía, y otras más, se dedicaban a la actuación o al reportaje; había incluso, aquellas que jugaban al gotcha. Había ranas diestras en percusiones, en guitarra, en violín o en composición, otras en matemáticas; eran ranas escritoras, filósofas y politólogas, otras simplemente, soñaban y a unas más, les gustaba pintarse las uñas. Ranas que bailaban samba o que eran equilibristas, ranas lectoras, ranas futboleras, ranas que andaban en bicicleta y hasta las que leían las cartas. Unas sabían de ambulancias y medicina, otras de derecho y filosofía, otras de computación y economía y, unas más, apenas estaban decidiendo su futuro. Ranas vegetarianas, ranas que tomaban whiskey o cerveza, ranas a las que la cebolla no les gustaba y hasta alérgicas a la berenjena. También había ranas pequeñitas que dibujaban, que cantaban y que jugaban casi todo el tiempo; esas eran las que más ruido hacían, me explicó.
Estuve ahí, durante horas escuchando la historia de muchas ranas mientras observaba que los labios de aquella mujer extraña se iban poniendo azules y la respiración le fallaba. Su voz se fue extinguiendo hasta volverse un murmullo que no alcanzaba a descifrar. Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a asomar, sacó del bolsillo con mucho trabajo una campanita y la hizo sonar. Al instante, la marabunta de ranas nos cercó y en forma caótica, comenzó a brincar hacia la maleta. Estaba absorta viendo el ranerío hasta que de pronto, oí de nuevo su voz, tan clara y fuerte como al inicio. Se despidió de mí y me pidió que por favor guardara su secreto. Debí poner cara de que no entendía por lo que, cuando la última rana había entrado en la maleta, comenzó a cerrarla y a explicarme que esas ranas eran las que le permitían recobrar fuerzas porque le transmitían toda su vitalidad. Agarró la maleta como si no pesara y con una sonrisa, me contó que las dejaba salir para que se divirtieran un rato porque por ser tan inquietas, era difícil mantenerlas siempre en la maleta, pero que a fin de cuentas, cada una de ellas era un pedacito de su corazón y que cuando se alejaban, ella comenzaba a morirse de tanta tristeza.
Y como si fuera magia, de pronto agarró su escoba y se fue volando con la maleta a cuestas. La vi perderse en el horizonte mientras todavía alcanzaba a oír el croar de las ranas. Después volví a casa mientras el cielo clareaba y deseé, algún día, tener también mi propia maleta de ranas para ser tan feliz.

Ofrenda


En oposición al jalogüin, el Día de muertos es una antigua tradición con gran sentido y valores reales. Esta fiesta produce reacciones encontradas en muchas personas porque nuestra visión occidental de la muerte se impone y nunca estamos preparados para el fin del camino en este mundo, por mucho que comamos pan de muerto y huesitos de santo —que son una delicia y se vendían durante esta época en la pastelería La Suiza—. Sin embargo, además de ser un recordatorio de aquellos que dejaron este mundo, estos días para muchos pueden convertirse en un despertar para saberse aún vivos, mientras existamos quienes los conocimos y quisimos. Con el paso de los años, he aprendido que soy un condominio inmenso habitado por quién sabe cuántas almas encontradas al andar y que llevo a cuestas como la casa del caracol. Mi ser, como caleidoscopio, está formado por muchos pedacitos de colores de diversos tamaños que ora forman una imagen, ora engendran otra y que provienen del encuentro con todos aquellos que me han dejado huella.
La visión que tenemos de la muerte, pareciera eludir las enseñanzas del pasado prehispánico e inclusive, herencias más cercanas como la que nos dejara Guadalupe Posadas. Si bien disfrutamos con las ofrendas y la catrina, entre otros elementos del rito, cuando de asuntos de muerte se trata, ya nadie se acuerda de lo anterior y todo se vuelve una solemnidad. De verdad que me esfuerzo en conseguir esa visión frente a la muerte que me parece mucho más sana, pero hasta ahora, poco consigo.
Con el tiempo, he logrado un diálogo interno, con aquellos que se fueron y que, irremediablemente, me hacen falta, que a veces se materializa en mis soledades. Esta conversación no tiene un tema específico sino más bien, es un diálogo abierto a una sola voz a través del cual me comunico con mis queridos muertos: lo ejercito a lo largo de todo el año sin ningún recato y con un gusto infinito. Pero en estos días, el diálogo se vuelve más presente o yo soy más consciente de él, y de pronto pasan cosas que me hacen pensar que mis muertos, efectivamente me rondan. Y no saben lo agradecida que estoy al sentirme en tan buenas manos, de verdad que sí. Por ello, al poner la ofrenda vuelco toda esa emoción para agradecerles todo lo que han venido haciendo por mí durante tantos años. Saben que estoy en paz con ellos y que mi cariño por sus almas, no acabará jamás. En esta ocasión he querido regalarles, además de la ofrenda en casa, esta otra que ustedes han leído. Ni modo, soy una sentimental.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Entre jalogüines y desconexiones

La red me niega el acceso como si fuera una prófuga de la justicia cada vez que hago un intento. No hay manera de entrar así que hasta nuevo aviso, no podré comunicarme. En este día en que se cuenta que se abren algunas puertas, a mí me parece que se cierran.
Ayer logré enloquecer con toda la parafernalia del jalogüin y eso que estuve poco en la calle. Me sorprende y me pesa cómo cada vez es menos lo nuestro y más lo de allá, de más al norte. Y eso que de verdad siento que es divertido el disfrazarse. En la mañana me emocioné al dar clases a un grupo de muertos-vivos, ángeles y otros demonios raníferos a quienes tomé esta foto que acompaña. Luego, conforme el día fue avanzando, los disfraces fueron pareciendo cada vez más vanos, más ajenos, más artificiales y menos gozosos o disfrutables, y acabé casi alucinándolos cuando a la salida de un estacionamiento me atajó un grupo de madres muy jóvenes con el triple de hijos disfrazados y casi me forzaron a cooperarles en sus calabacitas de plástico, no a uno, sino a todos los retoños. ¡Ah, pero fíjese usté que no, que ni traigo tanto así! Y cuasi me respondieron que no ching… y que me pusiera las pilas con mi donación porque ESO era lo que hacía FELIZ a los niños. ¡Hágame usté el favor!
Así que por la nuit rayando la madrugada, cuando logré aterrizar en casa luego de tanto sinsentido, porque había sido un día cansado y difícil a pesar de aquel beso matutino que tan bien me supo, me cayó el chahuiztle y mi conexión de red me mandó a la dimensión de mucho más allá sin dejar que me conectara. Y ahí me tienen, arreglando por teléfono el desperfecto para que, luego de una conversación de casi tres cuartos de hora, la reina me dijera que era un problema de la línea y que tardarían en checarlo-arreglarlo entre 12 y 72 horas. Y claro, ese tiempo corre y yo me desespero porque no veo que pase nada; paciencia con los servicios que dicen llamarse “de primera”.
Tendré que, como mínimo, ponerme a leer un poco en papel, que buena falta hace ahora que han caído cuatro ladrillos inmensos de ciencia ficción que Pablo recetó. No los tenía en el mapa de lectura y en mi mesita de noche hay muchas otras cosas pendientes, pero fue tal la emoción con la que me dio los libros, que tengo urgencia de atacar el asunto. Eso sí, no puedo olvidarme de pasar por el pan de muerto para mi ofrenda que ya está listísima (aquellas fotos siguen sin aparecer). En fin, que hoy hay mucho por hacer por muy desconectada que parezca, pero si logran leerme, será que algo conseguí.