miércoles, 9 de marzo de 2011

Maitines


Abre los ojos: amanece. El mundo y sus formas se definen por un pestañeo, o varios. La luz de marzo se descuelga en la ventana, las aves conversan [quizá] sobre la inminente llegada de la primavera. Comienza la lucha contra la tiranía del reloj, cierra los ojos, quiere escapar, sentirse. La almohada susurra ecos desconocidos, la noche sabe de espejismos. Busca sin éxito al conejo blanco. Todo lo que conformaba su infancia ha quedado atrás; ahora dominan las imágenes fugaces, desconcertantes, impersonales. Una punzada surge bajo el ombligo cuando se percata de estar evocando a la vida y sus trajines. Pero no, no. Todavía es momento de reconocerse antes de iniciar... ¿iniciar qué? Imposible saberlo a estas alturas, los días tienen más preguntas que respuestas. La queja del intestino se pierde como un eco en sus entrañas. Los agobios pesan, agotan, envejecen. No olvides pagar la cuenta del teléfono. Suspira con languidez y pone atención a sus entresijos: el cuerpo se mece cuando el aire entra y se escapa, una y otra vez, sempiterno. Es como la caja de un acordeón que ya no suena, que está vacía. ¿Cuándo se fue la música? El futuro está escribiendo, se oye el golpeteo disperso de la Remington sobre el papel; más allá, vocifera un claxon histérico. A pesar de los afanes del reloj, no quiere volver, se resiste. ¿El tiempo premia o apremia? No hay respuesta posible, es una trampa. Se estira, lanza sus manos hacia el abismo que acota el techo, el desmayo invade su cuerpo. Resopla, gira el cuerpo inquieto; de nuevo, abre los ojos. Descubre la hora, pega un brinco y sale de la cama. Odia llegar tarde al trabajo; la culpa es de los devaneos mentales: son tan caprichosos como seductores.


© Carolina Vargas (2007), Ronco invierno en:

http://www.flickr.com/photos/sinsabor/2057789975/