miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡Feliz 2009!


Querencias

Los cariños son como las cajas, los hay de todos los tamaños, formas, colores y texturas pero siempre, saben a pan recién horneado. Hay cariños huracanados que llegan y arrasan con todo a su paso; otros son como tenue lluvia que, de poco en poco, acaban por empaparnos. Hay cariños efímeros como flores del desierto y también, aquellos pasajeros de estación; hay los que rompen las barreras de los años, e incluso, los que sobreviven a la muerte. Hay cariños que huelen a claveles, otros a colonia Sanborn's, otros a Shalimar; a veces llegan con aires de sardinas fritas y torrijas, otros de mole negro y pisto manchego, de chuletas de cordero con alioli, pero las más, de merengues rellenos con crema de nata. Hay quienes buscan un cariño toda su vida, hay quienes lo encuentran en cada esquina y hay los que lo otorgan en cada sonrisa. Hay cariños que se contornean al ritmo del fandango, o de las jotas, o de los sones, la bossanova y el merengue, hay cariños que unen los corazones al cantar y otros, tímidos, que ni siquiera se atreven a bailar. Hay cariños que ladran y otros que maúllan, otros son silenciosos o estruendosos, unos te abrazan temprano por la mañana y otros, te llaman por la noche. Hay cariños que soñamos y otros que vivimos, hay cariños que guardamos bajo nuestra piel. Hay cariños que aumentan y otros que disminuyen hasta que de pronto, se pierden sin ruido alguno; también los hay que se congelan y un buen día, salen a flote de nuevo. Hay cariños que no sabíamos que teníamos hasta que un día, vienen y nos sorprenden, y se instalan en medio de la fiesta. Hay cariños desnudos y otros, recubiertos de acero con relleno de gelatina; hay los que tocan a la puerta y los que entran sin avisar. Hay cariños en una escuela con una casa blanca, y en un castillo y en otra escuela frente a la fuente y en otra más que tenía un puente y que hoy tiene una biblioteca, hay cariños familiares y cariños en edificios con nombres de letras, también de facultades y cafeterías, y en los séptimos y cuartos pisos. Hay cariños del norte y de las montañas, otros allende el mar y la luna y todavía, más allá, en el Universo. Hay cariños de carne y hueso, otros también, pero a los que nunca hemos conseguido abrazar y otros a los que nunca, logramos conocer. Hay tantos y tantos cariños que hoy, a todos ellos, quiero agradecer por llenar mi corazón de tanta cosa buena.

Comienzos


Ella no lo sabía, ni yo tampoco. Habíamos caminado durante mucho tiempo, tanto que ya no teníamos recuerdo de otra cosa más que del sonido hueco de nuestros pasos sobre el suelo. No cruzábamos palabra porque era un gasto innecesario. Habíamos dejado atrás el pasado sombrío, mientras que el futuro incierto se acercaba a cada metro recorrido. La sucesión de pasos era nuestra única razón de existencia en tanto no hubiésemos llegado. A lo lejos, la silueta de una casa asomaba y la única luz posible, provenía de una bombilla que coronaba la entrada. Los pasos concatenados fueron aumentando el ritmo mientras la oscuridad se tragaba el camino andado, sabíamos que la ansiada meta se acercaba. La cuesta arriba se hizo interminable cuando una luz se encendió en el interior. Al llegar, la puerta estaba abierta. Entramos y así fue que comenzó la historia.


Imagen que acompaña de http://foqui.blogia.com

lunes, 29 de diciembre de 2008

Allegro giusto


Desde el paraíso, escribo. Me he fugado a otra dimensión luego de algunas cortapisas, presentes en todo viaje. Sin martirios espacio-temporales y libre del reloj, soy más yo. La intensidad es una cuestión efímera que a ratos me sorprende, como los verdes y los terracotas del camino. El silencio me envuelve y promete descanso, siempre y cuando el refrigerador deje de hacer tanto ruido. La tarde se evapora tras la bruma del invierno mientras un coro de aves le pide que se quede; ella sigue su curso, inmutable.
Hace ya varios días que estoy en mi propio recuento de poemas. La métrica sigue y sigue pero la rima es cada vez más disonante. Tengo que organizar las palabras mientras las letras adoptan formaciones desconocidas que estimulan los sentidos y me pierden en el camino. Dejarse llevar sería más sabio aunque más peligroso, terrible dilema. A lo lejos, los ladridos anuncian una bicicleta que pasa.
Montones de viandas, arrumacos y besos, han sido asimilados durante estos días y forman hoy, parte de mi cuerpo. Pletórica de cariño y sabores, me enfilo hacia esta segunda parte de la vacación en la que el recogimiento y la introspección llevarán la voz cantante, o al menos, ese es mi deseo. Voy a perderme en los libros, ese es un aviso. Quisiera lograr resolver mi trivia personal de vida y arrancar desde otro lugar interno al primer minuto del año que, casi casi, nos cae ya encima. Muchas caras pasan aún por mi cabeza a sabiendas de que no las he olvidado, nomás me las reservo para un poco más adelante. La fórmula secreta está por revelarse. Mientras tanto, he dejado el corazón en una banca en la que, si quieren, pueden ir a buscarlo. Por hoy, los ecos del barroco me abrazan y me recuerdan que aún queda mucho por hacer.

Acuarela de mujeres


Me pinto las esquinas de colores para retar a la luz. O para retratarla, ya ni me acuerdo. Salgo toda cuadrilátera a enfrentar al mundo pero en el camino me voy paralelepizando, o como sea que se pueda decir al hecho de transformarse en paralelepípedo que, de paso aclaro, no es más que un cartón de leche para aquellos que desconozcan las enseñanzas del buen Euclides. Por mis vértices traspiro las últimas doscientas cenas que no he tenido tiempo de evacuar, en esta época se sucede todo muy rápido y me voy alineando con el solsticio equinóxico que llevo en el corazón. Soy una línea continua con interiores y exteriores, según los puntos que se trazan y las líneas que los unen. Los estoicos me hubiesen regañado, qué bueno que no están hoy por aquí. En mis convexiones y trashumancias sueño que vivo y Lope pasa y me da un puntapié para despertar, menos mal.
Conozco a una mujer que cocina un día sí y un día no. En la cabeza lleva puesto un reloj, que no es sino un calendario que sirve para contar los días y saber en cuál de ellos debe cocinar. Es lo que pasa con esta vida actual, se pierden los puntos cardinales y hay que dejarle la responsabilidad a la tecnología, esperando que el día en que se vaya la "luz", como le dicen, nos lleven la tostada, la oscuridad y la modernidad, todas juntas. Esta mujer se sienta al calor de las ollas mientras pasan los minutos y asa papel luego de que el agua frita espera sobre un platón, llenando la casa con aromas de la infancia.
Hay otra mujer que mientras tanto, en el comedor, huye del "ex" que la persigue. Ella le ha repetido hasta el cansancio que no quiere verle, él debe ser sordo y continúa persiguiéndola. Ella se cambia de comedor, repetidas veces, para perderle la pista pero él insiste, o es muy terco o muy bruto, o probablemente tenga algo de las dos. La he invitado a mi sala, a ver si así funciona y se deshace de él de una vez por todas, pero prefirió tomar un vuelo con destino al ocaso y desde entonces no he sabido de ella, tampoco de él.
Una mujer borboletea como revoltosa. O aletea como mariposa para que me entiendan. A su lado, otra mujer languidece bajo las sabanas de África sin decir ni mú aunque de vez en cuando, desenrosca su larga lengua pegajosa y caza una mosca en un "tris trás". El amor no dura para siempre y los chocolates se han terminado, menuda indigestión. Suena el tic-tac y sé que es el cocodrilo que anda buscando al capitán, es hora de cenar. Una tercera mujer deshace su trenza y sopea las puntas del cabello en un chocolate espeso, tiene cara de concupiscencia invertida y eso no sé qué signifique pero suena impresionante. Con sus ojos de ébano, deja marcas en mi piel que me recuerdan que la leche estaba en la estufa, ahora me parece que huele a quemado.
De pronto suena el teléfono, se ha roto el hechizo. Desde el otro lado del mar, oigo una voz delgada de mujer que me dice "tiempo transcurrido, para continuar deposite otra moneda", y yo que no traigo cambio...
Imagen que acompaña: Paul Gauguin (1894), Mahana no atua.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Cada quien sus vicios

A últimas fechas me sorprende cuán insensibilizados estamos todos frente a los deseos o la forma de vivir del otro. La vida de pacotilla nos ha llevado tan lejos que hemos dejado la parte que nos hace humanos de lado y parece que el camino no tiene vuelta. El vivir y dejar vivir, tan pregonado, es hoy una especie de eco que se repite a todas voces pero sin efecto alguno. Hemos creado supuestas formas que, más que conducirnos por un camino común, funcionan como camisas de fuerza que nos detienen y no permiten que nos movamos hacia ninguna parte. Las fórmulas sociales se imponen y detienen los principios fundamentales del individuo, tan vitoreados desde el siglo XVIII, para atraparle en una red de la cual es imposible, o al menos así lo parece muchas veces, escapar.
El otro día charlaba con un amigo querido que lleva varios años fuera del país y que estaba feliz por haber vuelto de visita, pero a la vez, reconocía que al estar lejos, esos defectos cotidianos mexicanos se le hacían mucho más patentes, mucho más visibles y por ende, insoportables. Esto de conducirse cotidianamente con la frase que me parece abominable de "el que no tranza, no avanza", no nos hace nada bien sino al contrario, pareciera que nos asoma a una ventana en la que el chingar al prójimo pareciera ser la única manera de vivir. Y perdón pero no estoy de acuerdo. Lo peor es que esta actitud permea muchas de nuestras acciones constantemente y nos hace unas bestias jodidas sin parangón. Por ejemplo: ¿Por qué voy a hacer la cola del súper si me encuentro con mi amigo X que está a punto de llegar a la caja? Mejor me meto y me río de la bola de idiotas que siguen esperando su turno porque yo he sido más listo que todos ellos y no he tardado nada en pagar mi cuenta. ¿Por qué no voy a entrar en ese vagón del metro si puedo aplastarlos a todos y no esperar al siguiente? Total, los aplastados son ellos, podrían hasta quitarse o bajarse del metro para dejarme su lugar. ¿Por qué tengo que pensar en no hacer ruido si es de noche y estoy en mi casa y puedo poner la música tan alto como yo quiera? Los vecinos serán los que no duerman pero mi equipo de música suena harto fuerte y yo soy el rey de la selva porque soy el dueño de este lugar. ¿Por qué no voy a insultar a esa vieja del coche de adelante que se ve que ni sabe manejar porque no arranca (a pesar de tener varios coches en frente) y le voy a decir hasta de lo que se va a morir? Me la puedo madrear en un tris, así que ni se atreverá a reclamarme y yo me divertiré al ver la cara de asustada que pone. ¿Para qué tirar la basura en su lugar? Al contrario, hay que tirarla donde sea porque así, los señores de naranja tienen chamba. ¿Por qué tengo que ocuparme de vigilar que mi hijo no esté dando de patadas al asiento del señor de al lado si yo estoy platicando con mi amiga bien agusto? Y podría seguir dando ejemplos, pero la verdad, creo que no son necesarios y todos tendremos cientos de historias personales que aportar.
Pero la cosa no acaba allí, en el plano impersonal sino llega a inmiscuirse en cuestiones mucho más cercanas, entre conocidos y sólo voy a dar un ejemplo personalísimo y que traigo atorado. Soy la bella durmiente, esto es, me fascina dormir. Hay quienes necesitan dormir poco y pueden estar al cien, pero yo no, a mí me hacen falta bastantes horas de sueño. En mi vida cotidiana, duermo muy poco, menos de lo que debería y mucho menos de lo que desearía así que los fines de semana y vacaciones me desquito y puedo dormir hasta pasado el medio día. Pero conseguir eso es casi imposible. Todas mis amistades y familiares saben de mi vicio de dormir pero he llegado a la conclusión de que a muy pocos les importa. Innumerables veces he sido despertada en sábado o domingo con palabras como ¿estabas todavía dormida?, ¡ya es hora de que te levantes! y hasta ¡no es posible que estés en la cama todavía! Hay quienes hasta en el espacio de unas cuantas horas de domingo en la mañana me han llamado varias veces, tanto al teléfono fijo como al celular y siguen llamando sin cesar hasta que furibunda, les respondo; las más de las veces, simplemente me arrancan de la cama. Hay quienes me dicen que debo desconectar todo pero siempre me pregunto qué pasaría si hubiese una emergencia. Yo fui criada con los buenos modales de que a ciertas horas, ya no se debe llamar por teléfono a menos que sea de verdad urgente, pero me pregunto cómo es que los demás entienden su parte. Si yo no llamo tarde a mis amigos que sé que se duermen temprano, por qué ellos no pueden dejar de llamarme en la mañana, cuando saben que yo duermo. ¿Es tan difícil de entender que tengo el vicio de dormir hasta tarde? En fin, esto es una catarsis. Cierto, hoy me he levantado de mala leche porque he sido despertada no por una, sino por siete llamadas entre las nueve y las once y pico de la mañana. Tenía que sacarlo de alguna manera y para variar, la que mejor se me da es esta.
A mis lectores cotidianos, una gran disculpa pues, luego de la pausa de tres semanas que me he echado sin escribir, vuelvo con la espada desenvainada. Prometo que en breve, me enmendaré.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Se puede ver un gato sin sonrisa...

... pero nunca una sonrisa sin gato.
Completamente de acuerdo con Carroll. En el cielo, esta noche, he descubierto al de Cheshire.