domingo, 28 de diciembre de 2008

Cada quien sus vicios

A últimas fechas me sorprende cuán insensibilizados estamos todos frente a los deseos o la forma de vivir del otro. La vida de pacotilla nos ha llevado tan lejos que hemos dejado la parte que nos hace humanos de lado y parece que el camino no tiene vuelta. El vivir y dejar vivir, tan pregonado, es hoy una especie de eco que se repite a todas voces pero sin efecto alguno. Hemos creado supuestas formas que, más que conducirnos por un camino común, funcionan como camisas de fuerza que nos detienen y no permiten que nos movamos hacia ninguna parte. Las fórmulas sociales se imponen y detienen los principios fundamentales del individuo, tan vitoreados desde el siglo XVIII, para atraparle en una red de la cual es imposible, o al menos así lo parece muchas veces, escapar.
El otro día charlaba con un amigo querido que lleva varios años fuera del país y que estaba feliz por haber vuelto de visita, pero a la vez, reconocía que al estar lejos, esos defectos cotidianos mexicanos se le hacían mucho más patentes, mucho más visibles y por ende, insoportables. Esto de conducirse cotidianamente con la frase que me parece abominable de "el que no tranza, no avanza", no nos hace nada bien sino al contrario, pareciera que nos asoma a una ventana en la que el chingar al prójimo pareciera ser la única manera de vivir. Y perdón pero no estoy de acuerdo. Lo peor es que esta actitud permea muchas de nuestras acciones constantemente y nos hace unas bestias jodidas sin parangón. Por ejemplo: ¿Por qué voy a hacer la cola del súper si me encuentro con mi amigo X que está a punto de llegar a la caja? Mejor me meto y me río de la bola de idiotas que siguen esperando su turno porque yo he sido más listo que todos ellos y no he tardado nada en pagar mi cuenta. ¿Por qué no voy a entrar en ese vagón del metro si puedo aplastarlos a todos y no esperar al siguiente? Total, los aplastados son ellos, podrían hasta quitarse o bajarse del metro para dejarme su lugar. ¿Por qué tengo que pensar en no hacer ruido si es de noche y estoy en mi casa y puedo poner la música tan alto como yo quiera? Los vecinos serán los que no duerman pero mi equipo de música suena harto fuerte y yo soy el rey de la selva porque soy el dueño de este lugar. ¿Por qué no voy a insultar a esa vieja del coche de adelante que se ve que ni sabe manejar porque no arranca (a pesar de tener varios coches en frente) y le voy a decir hasta de lo que se va a morir? Me la puedo madrear en un tris, así que ni se atreverá a reclamarme y yo me divertiré al ver la cara de asustada que pone. ¿Para qué tirar la basura en su lugar? Al contrario, hay que tirarla donde sea porque así, los señores de naranja tienen chamba. ¿Por qué tengo que ocuparme de vigilar que mi hijo no esté dando de patadas al asiento del señor de al lado si yo estoy platicando con mi amiga bien agusto? Y podría seguir dando ejemplos, pero la verdad, creo que no son necesarios y todos tendremos cientos de historias personales que aportar.
Pero la cosa no acaba allí, en el plano impersonal sino llega a inmiscuirse en cuestiones mucho más cercanas, entre conocidos y sólo voy a dar un ejemplo personalísimo y que traigo atorado. Soy la bella durmiente, esto es, me fascina dormir. Hay quienes necesitan dormir poco y pueden estar al cien, pero yo no, a mí me hacen falta bastantes horas de sueño. En mi vida cotidiana, duermo muy poco, menos de lo que debería y mucho menos de lo que desearía así que los fines de semana y vacaciones me desquito y puedo dormir hasta pasado el medio día. Pero conseguir eso es casi imposible. Todas mis amistades y familiares saben de mi vicio de dormir pero he llegado a la conclusión de que a muy pocos les importa. Innumerables veces he sido despertada en sábado o domingo con palabras como ¿estabas todavía dormida?, ¡ya es hora de que te levantes! y hasta ¡no es posible que estés en la cama todavía! Hay quienes hasta en el espacio de unas cuantas horas de domingo en la mañana me han llamado varias veces, tanto al teléfono fijo como al celular y siguen llamando sin cesar hasta que furibunda, les respondo; las más de las veces, simplemente me arrancan de la cama. Hay quienes me dicen que debo desconectar todo pero siempre me pregunto qué pasaría si hubiese una emergencia. Yo fui criada con los buenos modales de que a ciertas horas, ya no se debe llamar por teléfono a menos que sea de verdad urgente, pero me pregunto cómo es que los demás entienden su parte. Si yo no llamo tarde a mis amigos que sé que se duermen temprano, por qué ellos no pueden dejar de llamarme en la mañana, cuando saben que yo duermo. ¿Es tan difícil de entender que tengo el vicio de dormir hasta tarde? En fin, esto es una catarsis. Cierto, hoy me he levantado de mala leche porque he sido despertada no por una, sino por siete llamadas entre las nueve y las once y pico de la mañana. Tenía que sacarlo de alguna manera y para variar, la que mejor se me da es esta.
A mis lectores cotidianos, una gran disculpa pues, luego de la pausa de tres semanas que me he echado sin escribir, vuelvo con la espada desenvainada. Prometo que en breve, me enmendaré.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Alejarse por un tiempo de lo que todos padecemos, además de ser necesario, revitaliza. También, el regreso nos hace descubrir cuántas defensas hemos construido para poder sobrevivir inmersos en el absurdo cotidiano.
Debo decir que también uno de mis grandes gozos en el fin de semana es la dosis extra de sueño: algunos de mis escritos aparecidos en la pocilga son producto del último ciclo soñador antes de que la cama me arroje a la realidad. He llegado a la conclusión de que quienes nos reprochan ser dormilones envidian nuestra soberana voluntad de hacer lo que a ellos también se les antoja.

Paloma Zubieta López dijo...

Ivanius querido, que los sueños inventados sigan teniendo buen reposo para que las pocilgas y los rincones, sigan floreciendo. ¡¡¡Formemos un club del gozo del sueño durante el fin de semana!!! Me suena tu conclusión, no había pensado en eso, que nos sigan envidiando y felices sueños.