domingo, 24 de julio de 2011

De arena y agua


—¡Cuéntame más! ¿Cómo es?—, insiste. Las horas escapan mientras hablo de la finísima arena blanca, de la mar en calma, transparente, de los peces de colores, de las piedras dormidas... Su mirada es un abismo, la sorpresa lo rebasa. Yo voy dibujando aquel lugar que llevo grabado en el alma y me pierdo, poco a poco, en los recuerdos.


Cierro los ojos y puedo sentir el golpe de calor al salir del avión, la humedad que recibe con los brazos abiertos. Un camino verde que se hace eterno de tanta impaciencia acumulada al tiempo que leo con cuidado los letreros en una lengua tan desconocida como mágica. Al llegar, la luz blanca inunda la habitación y más allá de las palmeras, surge el olor a sal y el rumor de las olas. Después, el momento cumbre en que la mirada otea el horizonte por primera vez y la voz se rinde, sobrepasada de emoción, ante el atardecer, el mar, el cielo. El universo parece pequeño, me siento completa.


Conforme sigo descubro que el tiempo me ha erosionado, subsisten nada más retazos sueltos de aquellos días, instantáneas que capturan las sensaciones y articulan mi tejido de vida. La memoria es eso en lo que creemos pero que quizá, no existe. Y así yo en aquella playa, con mis coletas y cubeta y pala en mano mientras las pesadillas de tiburones en un cuarto de azulejos amarillos se diluyen con el rayo del sol. Sé bien que la máquina interna no para nunca; sin embargo, en ese entonces el engranaje era perfecto, no existían las ausencias ni el desgaste que causa la asincronía, todavía. El resto del mundo se fundía en silencio cuando me echaba a volar... ¿Dónde fue que perdí todo aquello?


Intranquilo, pregunta por qué lloro. —Será que estoy hecha de arena y agua—, respondo. Hace una mueca extraña, mis palabras no le dicen nada: su vida es aún muy corta. Le sonrío y la luz vuelve a sus ojos; me pide que siga contando la historia. —No hay historia—, pienso, pero continúo hasta que se queda dormido; sé que sueña con el avión que, mañana, lo llevará a su propio paraíso.


© Toucanart, Criança na praia en:

http://www.toucanart.com/pt/products/7833/


lunes, 18 de julio de 2011

Caleidoscopio


Me miro en él como si fuera un espejo donde reconozco vicios y virtudes. Con la luz llegan fragmentos de lo que todavía somos, de lo que aún queda; las geometrías convierten al punto de origen en un haz ignoto. Pero en los reflejos también hay diferencias de fulgor y en cómo el rayo incide sobre los cuerpos según la sustancia que los forma, sea tristeza o alegría, fuego o agua...


La imagen es compartida; la fascinación se incrementa al seguir mirando y acompañar el rastro de tinta que escurre mientras hilvanamos los días. Caminamos sin rumbo fijo, no hay necesidad de brújula cuando se busca el extravío; tampoco es requisito calcular el tiempo, está hecho a la medida y se extiende conforme llegamos a cualquier lugar.


La mutua contemplación nos devuelve renovados. A pesar de las deformaciones cotidianas, somos felices jugando al derrelicto. Por ahora, este caleidoscopio es la única metáfora que encontramos para —acaso— sentirnos (más) vivos. Lo único que no debemos olvidar es que, cuando el espejo se rompa, nomás quedará la noche.



© niedersachsenfoto (2011), Aquarell, Oldenburgo, Niedersachsen, Alemania en:

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jueves, 14 de julio de 2011

Tríptico de lluvia


I


Una ventana abierta; la mujer contempla el horizonte. Varios recuerdos rotos esparcidos por el piso. Y la lluvia que no termina nunca.


II


Habitación a media luz. El hombre piensa en la cartografía de la palma de su mano. Recuerda algo pero no sabe qué. Sigue lloviendo.


III


Es de noche. La mujer y el hombre duermen, distantes. No quedan recuerdos vivos, la lluvia arrasa con todo. No hay historia, puro espejismo.




© José Montenegro (2007), Noche con lluvia, Campo Marzio, Roma, Italia en:

http://www.flickr.com/photos/jose-montenegro/481988737/