domingo, 31 de mayo de 2009

Cien publicaciones, un premio y siete rarezas

Cuando hace más de ocho meses me lancé con la creación de este espacio, nunca imaginé todo lo que iba a rodar por sus páginas, mucho menos que llegaría a este número de entradas publicadas. El ejercicio personal ha sido un reto muy interesante pero más, el acompañamiento de todos los que nos visitan, nos leen, nos comentan y nos enriquecen. Agradezco de corazón a todos los que han dado sentido y rumbo a los textos porque creo que el acto de escribir requiere de su complemento, la lectura, y sin ustedes, nada de esto hubiera sido posible.

Y ya que estamos de plácemes, les comento que hace unos pocos días fui nominada por Pelusa y Mara, colegas y queridas amigas, para recibir el Premio al blog femenino. Huelga decir que me siento honrada con la distinción pero más, por el cariño y el camino andado juntas.



Las instrucciones para recibir el premio son, en palabras de Pelusa —nadie podría haberlo dicho mejor—:
"Bájese el premio como sea posible. Lo más normal es descargarlo al ordenador, pero puede usar otros métodos menos convencionales, si los conoce. Busque un manojo de hierbabuena, un poco de agua bendita y un poco de ron. Siéntese frente al ordenador y comience a escribir. Si se traba, dese unos buenos ramalazos con las hierbas previamente rociadas con agua bendita. Llore o ríase, si es preciso, en el proceso. Lo más importante es ¡no reprimirse! Al final, suba el premio con su listado de rarezas y su listado de ganadoras al blog y siéntese tranquilamente a tomar el roncito (puede ser con jugo de limón y hielito frappé) escuchando la música de su preferencia. Está permitido bailar. ¡¡Que lo disfruten!!!"

Por consiguiente, acá van mis nominaciones ganadoras, en orden alfabético, y porque el oficio y la constancia de cada una de ellas, sin duda, lo merece —y no importa si ya han recibido el premio o todavía no—:


GwynetteLista con viñetas

Mara

Mónica

Pelusa


Y, como son parte del trato al recibir el premio, acá les dejo mis siete rarezas personalísimas:

1. Soy muy dormilona y no me gusta levantarme temprano, pero si hay un momento del día que me parece mágico es —por extraño que parezca—, el amanecer.
2. Alucino los eventos sociales “tradicionales” como bodas, bautizos, graduaciones, despedidas de soltera y demás. Si por mí fuese, no iría a ninguno de ellos y esto no tiene nada que ver con el cariño que le tengo a los amigos que me invitan, ni se contrapone con mi gusto por fiestas y reuniones.
3. Me auto-saboteo para llegar tarde; es algo de mí que no me gusta y que me hace sufrir, pero no logro arreglarlo.
4. Desde que tengo memoria, uno de mis más secretos divertimentos es dibujar planos de casas y departamentos, considerando hasta la decoración interior.
5. A veces, me desdoblo y me oigo diciendo cosas que no entiendo por qué digo. Y me da rabia pero siempre me percato cuando ya lo he dicho y sé que no es algo que vaya conmigo. ¿Tendré doble personalidad?
6. En ocasiones al hablar con las personas, sin razón alguna, me pongo colorada; al darme cuenta, me da todavía más vergüenza y pareciera que estoy diciendo mentiras, cuando no es así. ¡Me caga!
7. Aunque soy una persona muy sociable tiendo, con los años, a atesorar más los momentos en solitario. Lo anterior se debe, supongo, a que disfruto mucho de mi propia compañía y jamás me aburro sola.

Inconclusa

Ciega, se desdobla de deseo mientras el cuerpo se multiplica en forma exponencial y se dirige hacia lugares insospechados. Él no puede alcanzarla y desesperado, la ve fugarse cada vez más lejos a pesar de todos sus intentos. Ella lo percibe como un eco incomprensible y se aísla en la mitad de la noche con los sentidos embotados hasta que se agota. Él se queda flotando con el corazón roto y ella, se levanta de la cama insatisfecha pensando que quizá debería probar una novedad, algo que —de verdad—, la excite.

Imagen que acompaña de Otto Müeller (c. 1920), Liebespaar.

viernes, 29 de mayo de 2009

Encuentro inesperado

Se lanzó encima de mí como tormenta. No tuve ni tiempo de reaccionar. Tocaba mis mejillas con avidez y susurraba con ternura palabras que parecían grises y me llenaban de asco. Decía estar feliz de encontrarme después de tantos años. Con el mayor aplomo, le dije que se había equivocado, que yo no era la persona que buscaba. Al soltarme, dos lágrimas rodaron por aquel rostro y un manto de duda se instaló en sus ojos. Pidió disculpas y conforme la vi alejarse derrotada, me sentí un ser mísero. Había tenido la oportunidad de estar frente a mi madre, pero mi alma podrida no pudo aceptarlo.

Imagen que acompaña de Pablo Picasso (1937), Mujer llorando.

Doble o nada

— ¿Doble o nada?— pregunta la chica sonriente.
Un escalofrío recorre su espalda. Los músculos se tensan. Una gota de sudor baja por la patilla y alcanza el cuello, mojando la camisa. Siente el latido del corazón golpeándole las sienes, mientras su pie izquierdo se mueve al ritmo de un tambor de batalla. Está quieto pero expectante, como un cazador agazapado. Es ahora o nunca.
—Doble­—, se escucha decir con lo que le resta de voz.
Fracciones de segundo que parecen años, la mirada sigue la ruleta, la mano aprieta el canto de la mesa, la respiración se detiene. Cuando la bola blanca cae en las negras, sabe que lo ha perdido todo y se desploma, víctima de su propia avaricia.

Imagen que acompaña en twentydur.bytez.org/.../.

martes, 26 de mayo de 2009

Vals con un pie

El grito de "no" se escucha en todo el local, seguido de una sinfónica interminable de berridos; cualquiera diría que lo estoy matando. Odio a este monstruo que se empeña en hacerme la vida difícil. Dos señoras me miran con muy malos ojos y les sonrío para no sentirme cual gusano pues sé que me reprochan la conducta con el pequeño, pero ¿qué quieren que haga? Se me ocurre cantarle esa canción con la que su madre puede controlarlo durante un buen rato; sin embargo, el muy infame, hace caso omiso de mis intenciones y sigue llorando a lágrima suelta. Me siento como un verdadero idiota al intentar mostrarle el caballito de peluche que tanto le gusta cuando, pérfido, da un manotazo que tira por los suelos además del caballito, los cubiertos y hasta el salero. Un mesero se acerca para ayudarme con el desperfecto y hace un gesto de complicidad, como para animarme un poco. Él debe saber a lo que me enfrento. Por qué me habré metido en este brete, si yo podría estar cómodamente en mi casa haciendo lo que me viniera en gana en vez de ser expuesto en público por este pequeño criminal. Yo nunca he querido tener nada que ver con los niños, de hecho, me molestan en exceso y considero que la mejor manera en que estén en el mundo es con una manzana en la boca y al horno. Por supuesto que no comparto este pensamiento con nadie, salvo algún amigo fiel que sigue pensando, como yo, que lo mejor es alejarse de estos alliens enanos que luchan por conquistar el mundo. Pero es que este que tengo enfrente, es el peor de todos y no encuentro la forma de hacerle callar; de comer, mejor ni hablamos. Hubiese sido tan fácil escabullirme de su presencia y, cuando su madre me pidió que lo recogiera de la guardería, debí haber dicho que no podía. Pero ahí voy yo, con mi tremenda bocota y mis ganas de agradar y conquistar a la dama en cuestión: me ofrecí inmediatamente como voluntario; en definitiva, tengo un gran corazón y este es mi castigo, lidiar con el dragón y hacer lo que pueda con esta batalla que de momento, voy perdiendo. Esto es un suplicio peor que la final de Cruz Azul y Pumas cuando van empatados a dos tantos y el árbitro silba el final del tiempo extra. El mocoso para de llorar y ahora... ¡no, por favor! Ha vomitado sobre mi traje recién sacado de la tintorería, me cae que lo mato por infeliz, ¿qué no se da cuenta que podría haberlo hecho sobre la mesa? Claro que no, me tiene a su merced, corsario del mal. Y lo sé desde el otro día cuando, después de cenar con su madre y de pasar a otros asuntos más meritorios, el cabrón se soltó a llorar y tuve que interrumpir mi mejor momento como paladín del amor para dejar que ella saliera corriendo de la cama y fuera a atender al querubín. Y por supuesto, después no hubo posibilidad de reanudar nada porque ella dijo que estaba cansada y que había perdido la inspiración. Nadie puede concentrarse con los chillidos que lanza, y eso que yo tengo buenas dotes pero, nomás no puedo. Intento sabotear el berrinche con un biberón pero ni me pela, ¿quién se cree que soy? Estoy sudando a mares, esto es peor que el cadalso. Ahora aparece la madre, ¡qué papelón! Le sonrío para que no me descubra en este momento de incapacidad máxima, y me pregunta como ha ido la cosa. El muy infeliz ha dejado de llorar en cuanto la ha visto y me mira, triunfante, desde sus brazos. -Bien, muy bien, somos muy buenos amigos, ¿verdad?- y acto seguido, me muerde el dedo pero hago como si nada, no me derrotará. Me escucho decir que me encantaría repetir la historia, no puedo creer lo hipócrita que estoy siendo y ella me mira encantada, muerde el anzuelo y me devuelve un beso. Al menos, ahora han cambiado los papeles y me declaro vencedor. Le digo que voy al baño un momento, y mientras me lavo la cara sudorosa pienso si estará bien todo lo que hago por mantener a una mujer en mi cama. Cuando vuelvo a la mesa, el diablillo está dormido, y ella comenta que le gustaría tener hijos conmigo. Pongo mi mejor sonrisa y con un guiño, le respondo que siendo suyos, podría hasta tener cuatro o cinco...

Imagen que acompaña de www.jardininfantil.com/labels/llanto.html.

lunes, 25 de mayo de 2009

El error de doña Cheni

Todos los días, al volver a casa, doña Cheni mete la mano en su bolsillo y saca una moneda para, con sigilo, ponerla en una bolsa dentro de una caja que se encuentra debajo de la cama y, luego, sonreir. Sabe que son apenas diez pesos pero también, sabe que de grano en grano se hace un granero. Empezó cuando murió su marido y quedó sola a cargo de Beto, a quien con todo y todo, casi ha logrado sacar adelante ahora que está a punto de acabar la secundaria. Su comadre doña Lupe, la de la tiendita, le cambia las monedas por billetes y así, no se hace tanto bulto. Lleva años con su guardadito porque quiere comprar un terrenito allá en su tierra para pasar la vejez y, con suerte, lo logrará en menos de lo que canta un gallo. Por las noches, antes de dormir, doña Cheni reza a San Juditas para que le ayude a conseguir su sueño.
Aquella vez, todo fue distinto. Hubo una gran tormenta al caer la tarde y se inundaron las calles. No había transporte y no pudo llegar a casa hasta entrada la mañana, caminando. Agotada, descubre que su caja del tesoro estaba vacía. -¡Madre santa! ¿Qué pasó?- piensa, mientras un temblor comienza a invadirle el cuerpo. Busca por toda la habitación su preciada bolsa y, cuando descubre que no está la ropa de Beto, se desploma sobre la única silla y comienza a llorar con rabia. -Cabrón muchacho- dice entre dientes, pero sabe que las maldiciones no le devolverán a Beto, mucho menos a su preciada bolsa. Así que con gran resignación, guarda en la caja su nueva moneda y comienza otra vez, aunque ahora, habrá que pedir otra cosa a San Juditas porque segurito cometió algún error la vez anterior y el santo no la entendió.

Imagen que acompaña en eleconomista.com.mx/notas-online/finanzas/200....

domingo, 24 de mayo de 2009

El sueño del escarabajo

En honor a Gregorio Samsa y a una de sus más fervientes admiradoras, a quién hoy no dejo de recordar. ¡Ah! Y también para V, cuya voz siempre es un abrazo cariñoso que llega en el momento justo.

Con dificultad, trepo por la pared. Todavía no me acostumbro con tantas extremidades y a coordinarlas unas con otras, es por eso que voy dando traspiés y tumbos. Mi cuerpo pesa y al arrastrarme, pareciera que no me quedan fuerzas pero sigo adelante, la terquedad es un motor insuperable. Descubro que también tengo alas y no quiero probarlas, me da vértigo. De pronto, siento un golpe en el lomo. Todo fue muy rápido. Mientras caía miraba el cielo colorearse de grises y no podía pensar. Aturdido al chocar, mi cuerpo cruje. Ahora no puedo moverme y sólo veo sombras a mi alrededor. ¿Todavía estoy vivo? El peso sobre mí es la pata de un cuervo que ha venido a devorarme. Indefenso, me toma con el pico y me traga entero. A partir de ese momento, no recuerdo nada más. Creo que hoy hubiera hecho bien al no levantarme de la cama.



Imagen que acompaña de www.ojodigital.com/.../167620-chrysolina.html.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Centenario

Con el cariño de siempre.
Santos Martínez Saura
(La Unión, Murcia, 13 de mayo de 1909 - Ciudad de México, 22 de diciembre de 1997)

viernes, 8 de mayo de 2009

Al filo

Correr, correr y saltar obstáculos, soy un amasijo sumergido en la adrenalina. Cuando me cuelo entre los arbustos, siento cómo la piel recibe algunos pinchazos de las matas que atravieso. El aire frío se clava como puñales en mi cara, mientras los orificios nasales se expanden. Los únicos sonidos que me acompañan son el de mis pasos frenéticos sobre las hojas secas y el latido que bombea intensamente y casi emerge a la altura del cuello. Mi cuerpo se ha transformado en una máquina donde el corazón reparte juego entre las piernas y los pulmones. A veces, el sudor me nubla la vista por un momento; sin embargo, mis pies se suceden en el atropello como si nada pudiese detenerlos. Un dolor agudo me dobla al tiempo que caigo al suelo; una piedra, un tronco o cualquier cosa se ha atravesado en mi camino. Siento cómo arden las palmas al rasparse pero casi instantáneamente, me levanto y continúo avanzando. Imagino mi cara al rojo vivo, debo parecer un loco. La ropa empapada se me pega al cuerpo a cada zancada pero sigo corriendo. Ahora una cuesta aminona mi paso, la grava suelta hace que pierda el equilibrio y no quiero volver a caerme. Trepo ayudado por mis brazos y son mis muslos quienes se quejan del esfuerzo. Un poco más, les pido. Cuando alcanzo la cima, no me detengo a mirar atrás y sigo mi carrera. Debe haber bajado la temperatura por el vaho que sale de mi boca. El ritmo desenfrenado está por llegar a su fin cuando los calambres comienzan a anunciarse. Yo sólo me mantengo corriendo y procuro no hacerles caso; a lo lejos, se divisa un camino.
Un disparo rasga la noche y un cuerpo se desploma. Después, sólo silencio y la luz de la luna.

Imagen que acompaña de meinsache.blogspot.com/2008/08/sueos-el-bosqu...

jueves, 7 de mayo de 2009

Jueves

Te recuerdo, Jueves, con la cara al viento y feliz. Impertérrita ante los devenires de la vida, mirabas la campiña llena de sueños mientras el caballo corría a todo galope. Eras una diosa de otro mundo y dabas sentido a lo que tocabas con tu luz. En aquel entonces, ya mostrabas una voluntad de hierro que con el tiempo, sería parte sustancial de tu carácter. Los años pasaron y te convertiste en un delicado capullo que tus padres se empeñaron en guarecer, con justa razón pues conocían tu valor. Sin sombra de malicia, una sonrisa hechizaba a los jóvenes que te perseguían sin cesar por doquier que fueses. Cuando aparecías en cualquier reunión de sociedad, causabas un alboroto digno de mención entre los caballeros, mientras las jóvenes suspiraban por alcanzar tus dones y alguna que otra dama, ardía de celos ante tu belleza. Solícita con todos, nadie tenía reproches hacia tu conducta y eras un estandarte de la buena educación.
Fue en aquellos días cuando resolví acudir a tu presencia para confesar mis más recónditos sentimientos. Nunca olvidaré la turbación en tu rostro ni las mejillas encendidas, mucho menos aquellas palabras que mencionaste y que hundieron mi corazón en un terrible abismo. ¡Qué hubiera dado por jamás escuchar eso que salía de tu boca! Abandoné la finca a toda prisa sin despedirme de nadie y durante muchas lunas, traté de ahogar mi pena, pero tu fantasma me perseguía a sol y a sombra y no daba muestras de volver a dejarme vivir. En tal estado, resolví escapar de tus influjos malignos hacia tierras lejanas para dar consuelo a mi alma destrozada.
El destino me castigó al ser el único sobreviviente de aquel naufragio. Y aquí estoy, en esta isla olvidada, escribiendo mientras las horas pasan para tratar de borrar toda la memoria que aún queda de tí. Tuyo por siempre, Robinson.

Imagen que acompaña en sobreelmundodelcine.com/.../

miércoles, 6 de mayo de 2009

Veinte segundos

Cierra los ojos. Se concentra en el aire entrando por su nariz y que poco a poco, expande sus pulmones para luego contraerlos al salir por el mismo camino. Logra aislarse del mundo y el silencio lo rodea. Siente cómo el corazón bombea rápidamente. Sabe que tiene que tranquilizarse. Procura relajarse empezando por el cuello, luego pasa a los hombros donde descubre algo que le duele -pero no, ahora no debe pensar en eso-, sigue con los brazos y llega a las manos donde estira dedo a dedo. Realiza la misma minuciosa operación con el resto del cuerpo, hasta sentir que cada uno de sus músculos se encuentran sin tensión. Termina en la cara, donde percibe una gota de sudor que baja por la ceja derecha. A continuación, piensa en los movimientos que como película, pasan por su memoria; los ha ensayado numerosas veces y sabe qué hacer y qué no. Inspira lentamente y saca el aire por la boca, está listo. Como un trueno al abrir los ojos, el mundo explota ruidoso y colorido. Cientos de personas lo miran fijamente pero él parece estar en otra dimensión. Sus músculos se tensan, toma la última bocanada de aire y se lanza al vacío acompañando sus movimientos cual bailarina.
Cuando entró en el agua, sabía que ese había sido su mejor clavado.

Imagen (detalle) que acompaña en proyectokitsch.blogspot.com/2007/12/de-cuando....

martes, 5 de mayo de 2009

Una de gánsters

I
La luz blanquecina se cuela por la ventana e ilumina los objetos como queriendo no tocarlos. En la esquina más oscura se encuentra un sillón de alto respaldo en el que Bobby está sentado. No sé si me mira o no, la puerta por la que entré me sitúa a contraluz del resto y mis ojos luchan por ver más allá de la oscuridad. Toso un poco como para anunciar mi presencia pero él sigue ahí, inmóvil salvo por el humo que deja salir a bocanadas de vez en vez. Ante un pequeño ademán de moverme, me advierte con su vozarrón que no me acerque, como si supiera de antemano lo que iba a hacer. Me quedo quieto y trato de fundirme con la penumbra.

II

Bobby dos caras es el rey de la ciudad. A sus piés, todos caen rendidos, vivos o muertos. A él parece no importarle nada y simplemente, deja que la vida siga su curso; al menos eso es lo que él dice. Su mera presencia impone miedo y su voz retumba como trueno cuando está enfadado. Con sus casi dos metros de alto, el cuello del impermeable gris desdoblado y su sombrero inclinado, cuentan que casi nadie le ha visto la cara. Yo sé que no es cierto porque si así fuera, no tendría sentido su apodo. Comencé a trabajar con él cuando me escapé del orfelinato, haciendo algunas labores de limpieza en su casa. Después me convertí en recadero y en la actualidad, hago para él trabajos sencillos que no implican riesgo alguno. Algunas veces me pide que vaya a cobrar un dinero a la cantina de Martin o a la tienda de la esquina, y cuando lo hace, yo me siento importante porque sé que soy de su entera confianza.

III

Desde hace dos semanas que los chicos no hablan de otra cosa. Dicen que es el golpe del siglo y yo supongo que debe ser así. Todos están muy nerviosos y hasta Rose, la cocinera, me echa la culpa de haberse quemado con la estufa si estoy cerca. En la casa, el aire se ha vuelto irrespirable de tanta tensión que todavía arrecia más cuando suena el timbre del teléfono. Pisadas que van y vienen. Estoy sentado en la escalera cuando alguien pasa y me dice que entre al despacho pues Bobby me necesita.

IV

El sudor escurre por mi rostro, empapándolo, mientras yo sigo inmóvil deseando que la habitación me trague. Sé que a Bobby no le gusta perder el tiempo, pero si él quiere que nos quedemos aquí la tarde entera, así será. Observo que apaga su cigarro en el cenicero y le oigo carraspear un poco, para finalmente, pedir que me acerque. Con pasos pequeños pero tan ligeros como el temblor en mi cuerpo lo permite, me muevo hacia él. Me doy cuenta que esta vez no trae ni el impermeable ni el sombrero puestos y que una desaliñada corbata cuelga de su cuello sin moño alguno, por encima de la camisa clara. -Acércate más, siéntate aquí- le oigo decir cuando cómodamente me había situado a un par de metros suyos, así que trago saliva y me siento en la silla al lado suyo. -¿Recuerdas a tu madre?- pregunta, a lo que yo respondo que sólo un poco. Se queda pensando un rato y yo aprieto mi mano sobre mi rodilla, para que no tiemble tanto. La noche, lentamente, va cayendo.

V

Al salir de la habitación, me pide que avise que no quiere ser molestado. Los chicos me miran con desconfianza pero no se atreven a decirme nada. Alguien me pide que vaya a por leche y salgo ligero a buscarla. Al volver, me encuentro con un gran revuelo por doquier y a Rose echa un mar de lágrimas, pero no alcanzo a preguntarle qué le pasa porque Tim me coge de la camisa y me arrastra hacia el despacho. Me quedo mudo de la impresión al ver a Bobby tirado en el suelo con una pistola en mano. -¿Qué te ha dicho?- increpa Jim. -N...na... nada- acierto a responder muerto de miedo. Noto como sus ojos me clavan puñales invisibles y luego me da una patada y me grita que me largue de ahí. Como nadie más parece advertir mi presencia, salgo a toda prisa de la casa cuando veo cómo el sol de la mañana se filtra por la reja de la casa. Me dirijo al puerto mientras pienso que soy el único ser viviente que vió a Bobby dos caras llorar por su madre recién fallecida. Y ese secreto nunca saldrá de mí.

Imagen que acompaña de www.javinavarro.es

lunes, 4 de mayo de 2009

Desolación

En el infierno, hasta las sábanas queman y fue por eso que me desperté. Debían ser las cuatro o cinco de la tarde y no corría ni un ápice de viento; es lo malo de vivir en un departamento que mira hacia un cubo de luz, que además, es completamente oscuro.
Apenas había tomado algo de café cuando sonó el teléfono. Era Alfonso. Quería encontrarme pero con su mujer aquí, no hay oportunidad de vernos. Ella viaja mucho y eso ha permitido que Alfonso y yo nos frecuentemos pero desde hace un mes que, con la recesión, recortaron gastos y suspendieron los viajes y él se está volviendo loco porque no puede verme, o eso dice. No sé ni cómo pero comenzamos cachondeando y acabé cubierta de sudor sobre la cama, mientras él jadeaba de forma estruendosa. El sexo telefónico nunca ha sido lo mío, es el problema del aburrimiento que exacerba los sentidos y pone a mil por hora la imaginación.
Lo de Alfonso no hizo sino dejarme con ganas, así que resolví salir a buscar algo que calmara el deseo y el hambre. Quería bañarme pero estamos sin agua hace dos días porque la bomba se quemó y el electricista no viene a repararla hasta el martes. Así que sin más, me enfundé un vestido corto y ajustado con flores naranjas que me gusta por fresco, unas sandalias que no están tan mal y retoqué con un chongo en la cabeza y un poco de lápiz labial.
Caminé hacia la parada del autobús. Esperé muy poco y ya arriba, noté que mi piel brillaba y olía a una mezcla de sexo, sudor y sal. Las miradas de reprobación de un par de señoras se confundían con las sediciosas de dos o tres hombres; los ignoré a todos. Después de quince minutos, llegué a mi destino.
Siempre bullicioso, el puerto aquella tarde estaba sereno. El calor y el fin de semana habían hecho su efecto y salvo los niños que jugaban a lanzarse al agua y algún vendedor de nieves que se fundía al empujar su carrito, no parecían haber más personas. Los dueños de los puestos de ropa y chucherías se habían refugiado a la sombra y no se les veía por ningún lado. Agradecí a la brisa por su caricia y enfilé hacia los portales.
Había poco movimiento aunque sonaba lejana alguna marimba. Pedro Juan me recibió con una sonrisa y me preguntó si tomaría cerveza. Le dije que sí, para empezar, y que ya luego veríamos. Encendí un tabaco. No supe cuándo fue que aparecieron los rusos. Me percaté de ellos hasta que se mudaron a la mesa contigua. Eran tres marineros de veintitantos años, dos rubios y un moreno. Con un español incipiente pero que daba para entender, me hicieron conversación a la luz de las cubas. Por suerte, me invitaron la cena cuando ya había oscurecido y luego me ofrecieron ir a bailar. Los conduje a un sitio que quedaba cerca.
A partir de ahí, las imágenes de la noche se vuelven discontínuas. Recuerdo la mano de Igor bajando por mi espalda y tocándome el culo, mientras nuestras bocas se besaban con desespero al ritmo de algún bolero. Fuimos a su hotel donde seguimos bebiendo y cogimos en forma salvaje. No sé cómo llegué a casa en aquel estado pero lo cierto es que, justo ahora cuando abro los ojos, descubro que igual podría ser ayer o mañana. Lo mismo da en este lugar donde los días son idénticos, donde hay que salir a ganarse el pan para, al menos, saber que estamos vivos.

Agradezco la imagen amablemente cedida por Andrés Alux Medina © (2008), El exorcismo I.