domingo, 2 de noviembre de 2008

Ofrenda


En oposición al jalogüin, el Día de muertos es una antigua tradición con gran sentido y valores reales. Esta fiesta produce reacciones encontradas en muchas personas porque nuestra visión occidental de la muerte se impone y nunca estamos preparados para el fin del camino en este mundo, por mucho que comamos pan de muerto y huesitos de santo —que son una delicia y se vendían durante esta época en la pastelería La Suiza—. Sin embargo, además de ser un recordatorio de aquellos que dejaron este mundo, estos días para muchos pueden convertirse en un despertar para saberse aún vivos, mientras existamos quienes los conocimos y quisimos. Con el paso de los años, he aprendido que soy un condominio inmenso habitado por quién sabe cuántas almas encontradas al andar y que llevo a cuestas como la casa del caracol. Mi ser, como caleidoscopio, está formado por muchos pedacitos de colores de diversos tamaños que ora forman una imagen, ora engendran otra y que provienen del encuentro con todos aquellos que me han dejado huella.
La visión que tenemos de la muerte, pareciera eludir las enseñanzas del pasado prehispánico e inclusive, herencias más cercanas como la que nos dejara Guadalupe Posadas. Si bien disfrutamos con las ofrendas y la catrina, entre otros elementos del rito, cuando de asuntos de muerte se trata, ya nadie se acuerda de lo anterior y todo se vuelve una solemnidad. De verdad que me esfuerzo en conseguir esa visión frente a la muerte que me parece mucho más sana, pero hasta ahora, poco consigo.
Con el tiempo, he logrado un diálogo interno, con aquellos que se fueron y que, irremediablemente, me hacen falta, que a veces se materializa en mis soledades. Esta conversación no tiene un tema específico sino más bien, es un diálogo abierto a una sola voz a través del cual me comunico con mis queridos muertos: lo ejercito a lo largo de todo el año sin ningún recato y con un gusto infinito. Pero en estos días, el diálogo se vuelve más presente o yo soy más consciente de él, y de pronto pasan cosas que me hacen pensar que mis muertos, efectivamente me rondan. Y no saben lo agradecida que estoy al sentirme en tan buenas manos, de verdad que sí. Por ello, al poner la ofrenda vuelco toda esa emoción para agradecerles todo lo que han venido haciendo por mí durante tantos años. Saben que estoy en paz con ellos y que mi cariño por sus almas, no acabará jamás. En esta ocasión he querido regalarles, además de la ofrenda en casa, esta otra que ustedes han leído. Ni modo, soy una sentimental.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y qué sé yo por qué... recordé a Machado...

"...converso con el hombre que siempre va conmigo
quien habla solo espera, hablará dios un día
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía"

Hace mucho tiempo que trabamos estas conversaciones internas, necesarias, vitales, con los muertos... propios la mayoría, ajenos tantos otros

Al cabo el día de muertos, en nuestras tierras, es todos los días.

Anónimo dijo...

Mis días de muertos tienen más que ver con sabores y anécdotas que con disfraces; no con visitas al panteón, sino con reuniones entre los vivos. Con más nostalgia que tristeza; con más promesas que fatalidades. Aunque haya realidad y sufrimientos, también habrá esperanza. Porque aunque todos para allá vayamos, "importa menos la fosa que este surco de labranza", decía mi abuelo.

Paloma Zubieta López dijo...

Mi Lily: no pudiste ser más certera pues primero me sacaste a Machado y luego me dijiste lo de todos los días. Te abrazo con el infinito caracol y te cubro de besos.


Ivanius: cuánta razón tenía tu abuelo, pero también tu boca se llena de verdades. De veras que se agradece, besos.