
La idea era genial. Los chicos pusieron manos a la obra y fueron a buscar lo necesario. Encontraron en la cocina una bolsa de plástico delgado de buen tamaño. Colocaron agua hasta la mitad y luego, agregaron un poco de tierra, pasta de dientes y hasta pis —cortesía de Miguel—, entre todo lo demás. Una vez listos, salieron al balcón a esconderse y a cazar. La víctima se acercaba. Cuando llegó el momento preciso, todos contuvieron el aliento al tiempo que Luis soltaba la bolsa y…
El Lic. Suárez de la O mira el reloj y respira aliviado; aunque hay tiempo de sobra para llegar a la cita, aprieta el paso. Se descontrola al sentir un golpe en la espalda; luego, perplejo, descubre la humedad y se ve cubierto de lodo y otras porquerías. Por instinto, mira hacia arriba: tres pilluelos desaparecen veloces de las ventanas del tercer piso. ¡Jijos de la chingada!, ahora sí, la arma. Furibundo entra al edificio; unos vecinos que salen lo miran con asco y sorpresa. Conforme empieza a subir las escaleras, la imagen de una mujer ensopada y lanzando rabiosos improperios desde la acera viene a su cabeza, recuerda el corrillo de chicos que se carcajeaba. Se detiene al visualizar aquella tarde en compañía de sus amigos de infancia, da media vuelta. Cuando sale del edificio, ya nomás sonríe; por el celular, avisa al socio que ha tenido un percance y que no podrá llegar mientras evoca el refrán que tanto repetía su abuela: “el que la hace, la paga”.
© Pedro Matías (1970), La pandilla “Kaiser” en:
http://www.flickr.com/photos/imati/4146756043/