Su recuerdo se colaba con la luz, entre las rendijas de la persiana, y aterrizaba suavemente sobre la mejilla para fundirse en ella. Luego sentí un vasto abrazo, que me cubría repetidas veces y hablaba simultáneamente de ayeres y mañanas, como si el tiempo nunca hubiese cruzado nuestras puertas.
La imagen de ese día seguía mis pasos. Nos encontramos a cualquier hora, en aquel lugar. Fueron sus palabras las que me atraparon como mariposa en el desconcierto y poco a poco, me hicieron perder la dirección. Observé cómo, con sus dedos, capturaba un instante que al regalármelo, se convirtió en flor; lo acepté a sabiendas de que no habría otra oportunidad. Nuestros cuerpos se balanceaban al compás de una canción que nunca sonó y que ambos conocíamos: la habíamos escrito innumerables veces sobre el caracol. Intercambiamos aguamarinas y amatistas a la sombra de las velas; después, quise verlo a través del espejo para escapar de su mirada, pero fue inútil y me dejé ir, sin más contemplaciones, rumbo a la negrura intensa de sus pupilas. Caían lentamente las gotas de agua sobre su espalda: una, dos, tres, cuatro, cinco... Al mismo tiempo, el olor a cedro que todo lo impregnaba. Desenredamos nuestras querencias como si cualquier cosa e hicimos dos madejas con ellas, con las que más tarde, tejería un suéter para taparme del frío el siguiente invierno.
La imagen de ese día seguía mis pasos. Nos encontramos a cualquier hora, en aquel lugar. Fueron sus palabras las que me atraparon como mariposa en el desconcierto y poco a poco, me hicieron perder la dirección. Observé cómo, con sus dedos, capturaba un instante que al regalármelo, se convirtió en flor; lo acepté a sabiendas de que no habría otra oportunidad. Nuestros cuerpos se balanceaban al compás de una canción que nunca sonó y que ambos conocíamos: la habíamos escrito innumerables veces sobre el caracol. Intercambiamos aguamarinas y amatistas a la sombra de las velas; después, quise verlo a través del espejo para escapar de su mirada, pero fue inútil y me dejé ir, sin más contemplaciones, rumbo a la negrura intensa de sus pupilas. Caían lentamente las gotas de agua sobre su espalda: una, dos, tres, cuatro, cinco... Al mismo tiempo, el olor a cedro que todo lo impregnaba. Desenredamos nuestras querencias como si cualquier cosa e hicimos dos madejas con ellas, con las que más tarde, tejería un suéter para taparme del frío el siguiente invierno.
El ruido del cartero quebró el silencio y el sopor matinal con el que la primavera me llenaba, a pesar de que corría noviembre. Aterricé sutil sobre la madera del olvido y salí vestida con sus besos, entonces lejanos. Horas después, me percaté de que él, como los demás sueños, forma parte de mi vida y es real aunque no lleve, todavía, su memoria en la piel. Desde entonces, no soy la misma de antes, sino otra mucho más dichosa.
6 comentarios:
La realidad la construyen precisamente quienes saben soñar, un instante (o un anhelo, o un recuerdo) a la vez.
Ese poder es real, quizás el único que importa: el de ser felices.
¡Salud por tanta razón que brota de sus labios! Abrazo feliz.
los momentos, las imagenes y los recuerdos son la sazon de esta existencia!!!
Y que mejor recuerdo que el esperado. Como dic Fito Paez:"Un deja vú de lo que va a venir". La extraño por el cantón vecino comadre. Dese una vuelta.
Liccarpilago: claro que sí, ¿qué haríamos sin ellos? Un abrazo.
Mara hermosa: la frase de Fito es exacta. No me extrañe tanto que en breve la visitare, sabe que soy lenta pero segura. Muchos besos.
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