
sábado, 29 de noviembre de 2008
Dilucidaciones

Vorágine de todos los días
(Percusiones estruendosas marcan el ritmo alucinante)
Abro los ojos. Salto de la cama. Café, baño, no olvidar pagos ni el libro pendiente. Los minutos cuentan, la inclemencia del reloj que cada vez pasa más rápido. Pantalones, zapatos, chongo veloz, de los aretes ni me acuerdo. Chamarra, mochila, bolsa, botella de agua, salgo al frío cuando el sol ya asoma.
Dies irae, Dies illa...
Saludo al perro, saludo al vecino, saludo a Juan Carlos, saludo al poli y salgo. Hace falta cargar gasolina pero justo ahora, no da. Sonrío y pongo cara de idiota para que este señor me deje pasar, funciona. Con la "tanque" del coche verde, no hubo suerte así que espero un poco y paso después. Me siento en el tiempo de "la hora Haste, Haste de México", mientras a lo lejos, los volcanes. La hilera de coches que nunca terminan, los rojos se suceden, no hay remedio. Vuelta, tope, coladera, este autobús es un plomazo. Microbús parado, comenta con uno de a pie, que avance por favor. Tope, otro tope, subida, tope y tope.
...Dies irae, Dies illa, Solvet saeclum in favilla...
Llego, salgo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, entro, subo, leo, bajo, salgo, salgo más, fumo, entro de nuevo, subo, entro, hablo, salgo, bajo, entro, firmo, salgo y me voy. Todo sin pausas y mientras las horas se escapan, que no se me olviden los pagos.
...Quantus tremor est futurus, Quando judex est venturus...
Bajo, hay mucho tráfico para variar. Gasolina, aguacates, queso, flores, cajero, pagos. Hace calor. Olvidé nota de la gas, mañana paso de nuevo. Lista, súper, florero, refrigerador, olla y sartén, calentar, comer, no hay tiempo para lavar los trastes ni guardar todo, suena teléfono (¡ahora, no!), me lavo los dientes y salgo otra vez. Camino hacia arriba, me doy cuenta de que me dejé el libro de nuevo, ¡chale! No puedo volver, ni modo.
...Tuba mirum spargens sonum...
Llego, subo, saludo, enciendo, checo, café, resuelvo enlaces dobles y triples, me llaman a junta.
...Dies irae, Dies illa...
Salgo de junta, comienzo trabajo con ecuaciones cuadráticas, salto a los derechos, de vuelta a las gráficas, coca cola y pepitas, fumo, correo, hago tabla, pasa de la medianoche, checo, apago, salgo, hace frío, calle cerrada, vuelta inmensa.
...Quem patronum rogaturus, Cum vix justus sit securus?...
Llego, guardo el súper, ceno, pijama, calificaré mañana, me acuesto.
...Dies, dies, dies irae...
Fiesta arriba, no puedo dormir.
...Dies, dies, dies, dies...
Amanece.
jueves, 27 de noviembre de 2008
domingo, 23 de noviembre de 2008
Dos versiones
Imagen que acompaña a la derecha: Maher, (2008)... si alguien puede darme alguna pista sobre el autor o el nombre de la obra, mucho lo agradeceré.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Estos árboles tristes que de pronto lloran
Tuve una cajita en la que me guardé una vez, pero luego, el tiempo y la distancia la desdibujaron y ahora no sé más cómo encontrarla. Esperanza se sienta a la mesa del comedor y me tienta la memoria con un panquecito que dulcemente ofrece, a sabiendas de que prefiero lo salado. El perro negro y blanco del vecino ladra vigoroso al gato gris y gordo del otro vecino, que está sentado en el marco de la ventana del tercer piso; el gato ni se inmuta, simplemente disfruta del sol mientras abajo el perro se desgañita sin remedio. Les veo atributos del todo humanos mientras la tetera chilla avisando que está lista.
La emoción que la llegada del cartero me provoca es siempre única y vibrante. Sólo que a últimas fechas, me trae casi en exclusiva cuentas y propagandas, nada que valga la pena para sorprender al corazón. La era digital lo ha cambiado todo, incluyendo estos detalles que para mí, son colosales desde que tengo memoria. Recuerdo aquellos tiempos en que al avistar un sobre de procedencia lejana o ni tanto, mi mente se perdía en las posibilidades que ofrecía antes de descubrir al remitente. Luego llegaba la sonrisa al evocar la imagen de aquel cuya mano había trazado las líneas que ahora brillaban inquietas en el anverso y reverso del sobre. Un infinito de posibilidades yacía en las entrañas del pedazo de papel, a veces laqueado, otras dibujado y las más, con estampitas que recordaban al arcoiris. Me especialicé en diversas formas de abrir los sobres pero la que más me gustaba era esa de ir a buscar las tijeras para cortar, rasamente, una ínfima parte del cuerpo en forma horizontal. Voilá el secreto profundo en papel ligero, azul o blanco, o en papel más pesado de diversos tonos, colores y texturas. La caligrafia del otro era siempre un presente, una extraña sensación de tenerle allí, a mi lado. La voz del remitente, cuando conocida, seguía los pasos de mis ojos al bailar sobre las líneas. Siempre me perdía en ese mundo que alguien me abría por un momento y vivía a tope todo el universo enrevesado en líneas ahora más juntas, ahora menos: la hechura a mano no tiene parangón. Si corría con suerte, además de la carta cabía alguna sorpresa: postales, fotos, mapas, flores y papelitos que en mis manos cobraban diversos significados. Instantes capturados que se me ofrecían como regalos preciosísimos e insuperables. Y cuando ya había terminado de ver todo, volvía a empezar de nuevo. Releía muchas veces el contenido de aquellos sobres y en cada ocasión, encontraba guiños nuevos, que me contaban entrelíneas las más variadas historias.
Todas las cartas de toda mi vida siempre se almacenaron primero en una cajita, luego en una caja más grande, luego en dos y así, hasta que se desbordaron del cartón que las contenía y las más recientes se encuentran quizá bajo algunas pilas de papel esperando entrar en las cajas ahora que logre organizarme un poco, pero nunca me deshice de ninguna de ellas porque soy una sentimental. En épocas recientes, a veces llegan postales y las más, tarjetas de navidad. Pero son muy pocas en comparación a esos tiempos que ahora parecen tan lejanos.
Aún tengo un par de cajones en la casa, llenos de implementos para elaborar las cartas: una gama de papeles, postales, estampitas, sobres y quién sabe cuánta cosa más junto con una vieja libreta de direcciones, en papel reciclado y de forros con cartón corrugado, que habla de lugares diversos y del pasar de los días. En los últimos años, ha sido casi imposible el romper con la inercia trajinera laboral y lograr tener espacio para al menos, por navidades, escribir unas cuantas tarjetas para enviar aquí y allá. El problema es que tardo mucho en elaborar cada una de esas estampas de mi vida -nada de manufacturas en serie o impersonalidades que sólo estampan una firma-, que ofrezco con todo el cariño a los destinatarios. Esta vez quiero salir del marasmo y reavivar el sonido de la nostalgia, vamos a ver si la vida me da oportunidad de reencontrarme una vez más con aquella yo, que hoy ando buscando.
Estos árboles tristes que de pronto lloran, que se liberan del todo el día menos pensado, se parecen a mimisma. Hermosa similitud que, en este instante, me llena de profunda alegría y me recuerda la frase genial que decía que sólo perdiéndose es como se encuentra una. Tenía razón.
jueves, 20 de noviembre de 2008
Monólogo a dos voces
Imagen que acompaña: Catedral de Santo Domingo, Oaxaca, Oaxaca (2008) por Sofía González.
Estampas cotidianas
Después de todo lo anterior, me siento otra, o mejor dicho, la misma que algún día dejé de ser. Sólo pido que esta vez no se me olvide la lección por el camino: pase lo que pase, hay que tener espacio para vivir.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
El mejor remedio
Tres cuentas de collar
Una
Ella decidió dejarlo en primavera. Le parecía que aquella estación prometía nuevos aires que le harían más suave el tránsito al nuevo estado. Sabía que había llegado a un punto en el que mirar atrás no servía de nada y que en lo cotidiano, no existían razones para quedarse. Le costó mucho el decidirlo pues la fuerza de la costumbre se imponía y el miedo a enfrentar las cosas de otra manera la subyugaba, pero como el vivir lo mismo repetido le producía hastío, fue lo que escogió. Despacio y sin arrebatos, fue arrimando los recuerdos para no dejar ninguno y comprobó que eran muy pocos, menos de los que había imaginado. Se dió cuenta de que las paredes de la casa nunca habían contado historias de vida, sino de ausencias. No sufrió ninguna desilusión porque muy dentro de sí, lo sabía desde siempre a pesar de que no se hubiese decidido a reconocerlo. Contaba, no los días, sino las horas y los minutos que pasaban con tal de saberse más cerca del esperado momento. Cuando sólo faltaba una luna para cambiar la hoja del calendario, hizo su equipaje y se sentó a esperar en el borde de la cama. El alba despuntaba y quiso levantarse, fue entonces cuando descubrió que le habían salido raíces hacia el suelo y no podía moverse. Ella decidió dejarlo en primavera, pero esa vez, tampoco consiguió hacerlo.
Dos
Ella le quiere de verdad. Sabe que en los últimos tiempos, las cosas se han complicado para ambos y, a pesar de todo, sigue luchando. Las distancias no le ayudan mucho, pero insiste por tanto amor y cariño acumulados con el paso de los años. Sin contar las barreras que en algún momento puso por el miedo a enamorarse de verdad, hoy se entrega con todo y se la juega por completo pues sabe que vale la pena. Sin embargo, un día se quedó esperando y pasó un mes y él, que prometía llegar, no vino. Nada que una llamada telefónica no arreglara y en la que dilucidó que todo seguía como antes. Pasaron las semanas y la línea telefónica se fue enfriando cuando ella más lo necesitaba. Hubo un día en que el teléfono dejó de sonar y aunque ella seguía, día tras día, esperando el timbre, el cacharro continuaba mudo. Comenzó a preguntarse si tanto amor tenía sentido, si, como decía Rosario, el amor debería serlo todo a pesar de las circunstancias. Con dos canastas, hizo una balanza para pesar los frutos del amor contra las inconsistencias y descubrió el lado que contaba más. Luego de eso, tomó su decisión inapelable, puso sus cosas en un hatillo y se fue con su amor hacia otra parte.
Tres
Ella pensó que nunca podría volver a encontrar a alguien a quien amase más. Se equivocó y fue el tiempo el que se lo demostró, con mucho pesar de por medio. Nunca hubo platos rotos, lo que se quebró estaba más adentro y no hacía ruido, sólo generaba abismos insondeables entre dos personas. Ella se subió a la barca del olvido pero las corrientes le fueron adversas y demoró en alejarse. Pasaron varios años cuando un buen día, se sintió distinta y más ligera. Con miedo de arrepentirse, leyó los recuerdos de papel guardados y se dio cuenta de que habían perdido su significado. Se miró extraña en aquellas líneas y se sorprendió de alguna vez haber logrado sentir todo eso por un hombre que no valía la pena. Le pareció una jugarreta de la vida que había quedado por fin, hueca y vacía. Tiró todo a la basura y con una gran sonrisa en la cara, empezó de nuevo. Nunca un fin tuvo tan buen comienzo.
martes, 11 de noviembre de 2008
Saudades

La imagen de ese día seguía mis pasos. Nos encontramos a cualquier hora, en aquel lugar. Fueron sus palabras las que me atraparon como mariposa en el desconcierto y poco a poco, me hicieron perder la dirección. Observé cómo, con sus dedos, capturaba un instante que al regalármelo, se convirtió en flor; lo acepté a sabiendas de que no habría otra oportunidad. Nuestros cuerpos se balanceaban al compás de una canción que nunca sonó y que ambos conocíamos: la habíamos escrito innumerables veces sobre el caracol. Intercambiamos aguamarinas y amatistas a la sombra de las velas; después, quise verlo a través del espejo para escapar de su mirada, pero fue inútil y me dejé ir, sin más contemplaciones, rumbo a la negrura intensa de sus pupilas. Caían lentamente las gotas de agua sobre su espalda: una, dos, tres, cuatro, cinco... Al mismo tiempo, el olor a cedro que todo lo impregnaba. Desenredamos nuestras querencias como si cualquier cosa e hicimos dos madejas con ellas, con las que más tarde, tejería un suéter para taparme del frío el siguiente invierno.
domingo, 9 de noviembre de 2008
Si no fuese por las silly love songs
En medio de tanta desolación, por un resquicio se cuela la música y me pierdo en el mar de notas y armonías, casi instantáneamente, como errático náufrago aferrado al salvavidas. No estoy para profundidades auditivas, necesito un abrazo que hoy parezca más cálido, más cercano, más real. Aquí es donde lo encontré, por muy tonto que pueda sonar, luego de unos cuantos juegos memorísticos. Y como ando de sentimental, no puedo sino decir: gracias, Paul, por todas las compañías a lo largo y ancho de mi vida.
domingo, 2 de noviembre de 2008
Historia de la bruja y su maleta de ranas
Era un mundo inmenso de ranas. Unas provenientes de lugares tan lejanos como Canadá, España, Cuba y Francia, otras de más cerquita como San Cristóbal y Ensenada. Habían estudiado biología, otras, fotografía, y otras más, se dedicaban a la actuación o al reportaje; había incluso, aquellas que jugaban al gotcha. Había ranas diestras en percusiones, en guitarra, en violín o en composición, otras en matemáticas; eran ranas escritoras, filósofas y politólogas, otras simplemente, soñaban y a unas más, les gustaba pintarse las uñas. Ranas que bailaban samba o que eran equilibristas, ranas lectoras, ranas futboleras, ranas que andaban en bicicleta y hasta las que leían las cartas. Unas sabían de ambulancias y medicina, otras de derecho y filosofía, otras de computación y economía y, unas más, apenas estaban decidiendo su futuro. Ranas vegetarianas, ranas que tomaban whiskey o cerveza, ranas a las que la cebolla no les gustaba y hasta alérgicas a la berenjena. También había ranas pequeñitas que dibujaban, que cantaban y que jugaban casi todo el tiempo; esas eran las que más ruido hacían, me explicó.
Estuve ahí, durante horas escuchando la historia de muchas ranas mientras observaba que los labios de aquella mujer extraña se iban poniendo azules y la respiración le fallaba. Su voz se fue extinguiendo hasta volverse un murmullo que no alcanzaba a descifrar. Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a asomar, sacó del bolsillo con mucho trabajo una campanita y la hizo sonar. Al instante, la marabunta de ranas nos cercó y en forma caótica, comenzó a brincar hacia la maleta. Estaba absorta viendo el ranerío hasta que de pronto, oí de nuevo su voz, tan clara y fuerte como al inicio. Se despidió de mí y me pidió que por favor guardara su secreto. Debí poner cara de que no entendía por lo que, cuando la última rana había entrado en la maleta, comenzó a cerrarla y a explicarme que esas ranas eran las que le permitían recobrar fuerzas porque le transmitían toda su vitalidad. Agarró la maleta como si no pesara y con una sonrisa, me contó que las dejaba salir para que se divirtieran un rato porque por ser tan inquietas, era difícil mantenerlas siempre en la maleta, pero que a fin de cuentas, cada una de ellas era un pedacito de su corazón y que cuando se alejaban, ella comenzaba a morirse de tanta tristeza.
Ofrenda
La visión que tenemos de la muerte, pareciera eludir las enseñanzas del pasado prehispánico e inclusive, herencias más cercanas como la que nos dejara Guadalupe Posadas. Si bien disfrutamos con las ofrendas y la catrina, entre otros elementos del rito, cuando de asuntos de muerte se trata, ya nadie se acuerda de lo anterior y todo se vuelve una solemnidad. De verdad que me esfuerzo en conseguir esa visión frente a la muerte que me parece mucho más sana, pero hasta ahora, poco consigo.
sábado, 1 de noviembre de 2008
Entre jalogüines y desconexiones
Ayer logré enloquecer con toda la parafernalia del jalogüin y eso que estuve poco en la calle. Me sorprende y me pesa cómo cada vez es menos lo nuestro y más lo de allá, de más al norte. Y eso que de verdad siento que es divertido el disfrazarse. En la mañana me emocioné al dar clases a un grupo de muertos-vivos, ángeles y otros demonios raníferos a quienes tomé esta foto que acompaña. Luego, conforme el día fue avanzando, los disfraces fueron pareciendo cada vez más vanos, más ajenos, más artificiales y menos gozosos o disfrutables, y acabé casi alucinándolos cuando a la salida de un estacionamiento me atajó un grupo de madres muy jóvenes con el triple de hijos disfrazados y casi me forzaron a cooperarles en sus calabacitas de plástico, no a uno, sino a todos los retoños. ¡Ah, pero fíjese usté que no, que ni traigo tanto así! Y cuasi me respondieron que no ching… y que me pusiera las pilas con mi donación porque ESO era lo que hacía FELIZ a los niños. ¡Hágame usté el favor!
Así que por la nuit rayando la madrugada, cuando logré aterrizar en casa luego de tanto sinsentido, porque había sido un día cansado y difícil a pesar de aquel beso matutino que tan bien me supo, me cayó el chahuiztle y mi conexión de red me mandó a la dimensión de mucho más allá sin dejar que me conectara. Y ahí me tienen, arreglando por teléfono el desperfecto para que, luego de una conversación de casi tres cuartos de hora, la reina me dijera que era un problema de la línea y que tardarían en checarlo-arreglarlo entre 12 y 72 horas. Y claro, ese tiempo corre y yo me desespero porque no veo que pase nada; paciencia con los servicios que dicen llamarse “de primera”.