Era casi la una de la mañana cuando descubrí que me habían enviado un correo larguísimo que yo misma había solicitado. En él, uno de mis muy queridos amigos me retaba a encontrarlo, a descubrir quién era el personaje que le fascinaba desde los quince años y que había inspirado su nombre. Este es mi intento por responderle.
Conocí a Jack Lucas hace más de diez años cuando las casualidades quisieron que nos encontráramos, en un pasillo, en un salón o en una mesa de café, ya ni recuerdo bien porque mi memoria es fragmentaria, pero eso no importa. De porte hidalguísimo y velazquiano, con su eterna sonrisa blanca y ojos pispiretos, en aquel entonces tenía el pelo muy corto, el look de Sandro de América llegaría después y se iría con el tiempo.
Venía allende de nuestras fronteras y me contaba retazos de historias de infancia de una abuela y de un lugar muy verde que vio nacer a un insigne poeta de nuestra América. Entre sus amores se cuentan el beis, jugar basket y devorar cuanto libro caiga en sus manos; su mundo es uno paralelo al nuestro y en él, Jack Lucas se transporta siempre en bicicleta, con su mochila a cuestas en la que siempre hay buena música, buena lectura y una de sus mil libretitas donde apunta todos sus sueños, historias, poemas y canciones.
Hubo un tiempo en el que nos reuníamos con mucha frecuencia, en ese café que se volvió nuestra casa y que hoy, ha desparecido. Él tomaba americano y yo, otro igual pero con leche, y rumiábamos las horas y arreglábamos el mundo y nuestras historias amorosas que sólo eran proyectos. A veces, nos dedicábamos a leernos y a opinar sobre nuestros escritos, pero las más, simplemente soñábamos. Tuvimos una época en la que, cuando los horarios de aquel rincón cafeteril se acortaban, cruzábamos la calle y jugábamos basta en el anverso de los mantelitos del Vip´s; debo decir que sólo él y alguna que otra hacían trampa y se inventaban cosas que no existían con tal de ganarnos: a veces, lo conseguían y otras, sólo nos divertíamos hasta entrada la madrugada, éramos muy felices en aquel entonces.
Si la versatilidad tiene un nombre, ése es Jack Lucas. Fue como un hermano para mí desde el inicio y he seguido con interés y mucha curiosidad todos sus pasos. Jardinero, barman, despachador de gasolina, repartidor, transcriptor, pintor de brocha gorda, fotógrafo, mesero, viajero y muchas otras cosas más que lo han forjado en esta tremenda ciudad de asfalto. Asiduo del Jarocho en Coyoacán y de las librerías de viejo donde encuentra verdaderas joyas, algunas de las cuales guardo en mi librero con mucho cariño. Es un derrochador nato de energía y logra hacer unos pasos de baile, espectaculares por demás, que impresionan a todas las chicas presentes y que aprendió en un local cubano. Alguna vez, incluso, luego de tremenda bailada se desparramó por el suelo de mi casa durmiéndose en él hasta el amanecer: era la fiesta de inauguración. Otras veces, parece no moverse y se enreda en el humo que sale de su tabaco cuando estamos en un bar, al calor de las horas y viendo pasar los minutos.
Conocí a Jack Lucas hace más de diez años cuando las casualidades quisieron que nos encontráramos, en un pasillo, en un salón o en una mesa de café, ya ni recuerdo bien porque mi memoria es fragmentaria, pero eso no importa. De porte hidalguísimo y velazquiano, con su eterna sonrisa blanca y ojos pispiretos, en aquel entonces tenía el pelo muy corto, el look de Sandro de América llegaría después y se iría con el tiempo.
Venía allende de nuestras fronteras y me contaba retazos de historias de infancia de una abuela y de un lugar muy verde que vio nacer a un insigne poeta de nuestra América. Entre sus amores se cuentan el beis, jugar basket y devorar cuanto libro caiga en sus manos; su mundo es uno paralelo al nuestro y en él, Jack Lucas se transporta siempre en bicicleta, con su mochila a cuestas en la que siempre hay buena música, buena lectura y una de sus mil libretitas donde apunta todos sus sueños, historias, poemas y canciones.
Hubo un tiempo en el que nos reuníamos con mucha frecuencia, en ese café que se volvió nuestra casa y que hoy, ha desparecido. Él tomaba americano y yo, otro igual pero con leche, y rumiábamos las horas y arreglábamos el mundo y nuestras historias amorosas que sólo eran proyectos. A veces, nos dedicábamos a leernos y a opinar sobre nuestros escritos, pero las más, simplemente soñábamos. Tuvimos una época en la que, cuando los horarios de aquel rincón cafeteril se acortaban, cruzábamos la calle y jugábamos basta en el anverso de los mantelitos del Vip´s; debo decir que sólo él y alguna que otra hacían trampa y se inventaban cosas que no existían con tal de ganarnos: a veces, lo conseguían y otras, sólo nos divertíamos hasta entrada la madrugada, éramos muy felices en aquel entonces.
Si la versatilidad tiene un nombre, ése es Jack Lucas. Fue como un hermano para mí desde el inicio y he seguido con interés y mucha curiosidad todos sus pasos. Jardinero, barman, despachador de gasolina, repartidor, transcriptor, pintor de brocha gorda, fotógrafo, mesero, viajero y muchas otras cosas más que lo han forjado en esta tremenda ciudad de asfalto. Asiduo del Jarocho en Coyoacán y de las librerías de viejo donde encuentra verdaderas joyas, algunas de las cuales guardo en mi librero con mucho cariño. Es un derrochador nato de energía y logra hacer unos pasos de baile, espectaculares por demás, que impresionan a todas las chicas presentes y que aprendió en un local cubano. Alguna vez, incluso, luego de tremenda bailada se desparramó por el suelo de mi casa durmiéndose en él hasta el amanecer: era la fiesta de inauguración. Otras veces, parece no moverse y se enreda en el humo que sale de su tabaco cuando estamos en un bar, al calor de las horas y viendo pasar los minutos.
Bohemio como pocos, Jack Lucas me ha enseñado el valor de la vida de todos los días. Con un gran corazón, siempre se atora con lo nimio y se despreocupa de lo que no puede alcanzarse. Desenfadado con su historia y no le importa el qué dirán, tiene claros sus grandes proyectos de vida y el resto, se le escurre por entre las manos al compás de cualquier reloj. Siempre he pensado que es un personaje que escapó de algún libro, pero todavía no encuentro de cual, así que por eso sigo leyendo: espero encontrarlo un día.
4 comentarios:
Yo hubiera dado lo que no tengo por ser Jack Lucas, pero como no lo tengo no lo pude dar... y es que curiosamente este papel místico, clandestino, enigmático y bohemio pareciera ser exclusivo del otro género. Búscalo en papel y tinta amiga, escápete de vez en cuando con él y cuelgate alguna de sus aventuras, a ti te van bien y a mi me las prestarás para ponérmelas una noche de fiesta.
A veces, las páginas de un libro son parte del ensueño que convierte a la realidad en el anverso del espejo, donde, aunque yo no pueda contemplarme a mí mismo, sé que muestro una faceta en la que Alicia puede asomarse a otras realidades.
Bravo por el retrato. Y por las mil visitas, que me pisan los talones. Un abrazo.
Querida Mara: usté siempre tan asertiva porque, efectivamente, parece que es una cuestión del otro género y si hay Jackies por ahí, nunca me he topado con una. Prometo la escapada, quien sabe si te invitamos y vienes, un fuerte abrazo.
Sr. Ivanius: esta vez no se si el personaje se escapó del libro o es el libro el que se escapa del personaje, pero lo ando averiguando. Albricias por ser el visitante cuasi mil (¿o realmente lo fuiste?), sabes que este rincón es tan suyo como mío. Prometo no pisarte pues con todo, no bailo tan mal... Besos.
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