Me pinto las esquinas de colores para retar a la luz. O para retratarla, ya ni me acuerdo. Salgo toda cuadrilátera a enfrentar al mundo pero en el camino me voy paralelepizando, o como sea que se pueda decir al hecho de transformarse en paralelepípedo que, de paso aclaro, no es más que un cartón de leche para aquellos que desconozcan las enseñanzas del buen Euclides. Por mis vértices traspiro las últimas doscientas cenas que no he tenido tiempo de evacuar, en esta época se sucede todo muy rápido y me voy alineando con el solsticio equinóxico que llevo en el corazón. Soy una línea continua con interiores y exteriores, según los puntos que se trazan y las líneas que los unen. Los estoicos me hubiesen regañado, qué bueno que no están hoy por aquí. En mis convexiones y trashumancias sueño que vivo y Lope pasa y me da un puntapié para despertar, menos mal.
Conozco a una mujer que cocina un día sí y un día no. En la cabeza lleva puesto un reloj, que no es sino un calendario que sirve para contar los días y saber en cuál de ellos debe cocinar. Es lo que pasa con esta vida actual, se pierden los puntos cardinales y hay que dejarle la responsabilidad a la tecnología, esperando que el día en que se vaya la "luz", como le dicen, nos lleven la tostada, la oscuridad y la modernidad, todas juntas. Esta mujer se sienta al calor de las ollas mientras pasan los minutos y asa papel luego de que el agua frita espera sobre un platón, llenando la casa con aromas de la infancia.
Hay otra mujer que mientras tanto, en el comedor, huye del "ex" que la persigue. Ella le ha repetido hasta el cansancio que no quiere verle, él debe ser sordo y continúa persiguiéndola. Ella se cambia de comedor, repetidas veces, para perderle la pista pero él insiste, o es muy terco o muy bruto, o probablemente tenga algo de las dos. La he invitado a mi sala, a ver si así funciona y se deshace de él de una vez por todas, pero prefirió tomar un vuelo con destino al ocaso y desde entonces no he sabido de ella, tampoco de él.
Una mujer borboletea como revoltosa. O aletea como mariposa para que me entiendan. A su lado, otra mujer languidece bajo las sabanas de África sin decir ni mú aunque de vez en cuando, desenrosca su larga lengua pegajosa y caza una mosca en un "tris trás". El amor no dura para siempre y los chocolates se han terminado, menuda indigestión. Suena el tic-tac y sé que es el cocodrilo que anda buscando al capitán, es hora de cenar. Una tercera mujer deshace su trenza y sopea las puntas del cabello en un chocolate espeso, tiene cara de concupiscencia invertida y eso no sé qué signifique pero suena impresionante. Con sus ojos de ébano, deja marcas en mi piel que me recuerdan que la leche estaba en la estufa, ahora me parece que huele a quemado.
Conozco a una mujer que cocina un día sí y un día no. En la cabeza lleva puesto un reloj, que no es sino un calendario que sirve para contar los días y saber en cuál de ellos debe cocinar. Es lo que pasa con esta vida actual, se pierden los puntos cardinales y hay que dejarle la responsabilidad a la tecnología, esperando que el día en que se vaya la "luz", como le dicen, nos lleven la tostada, la oscuridad y la modernidad, todas juntas. Esta mujer se sienta al calor de las ollas mientras pasan los minutos y asa papel luego de que el agua frita espera sobre un platón, llenando la casa con aromas de la infancia.
Hay otra mujer que mientras tanto, en el comedor, huye del "ex" que la persigue. Ella le ha repetido hasta el cansancio que no quiere verle, él debe ser sordo y continúa persiguiéndola. Ella se cambia de comedor, repetidas veces, para perderle la pista pero él insiste, o es muy terco o muy bruto, o probablemente tenga algo de las dos. La he invitado a mi sala, a ver si así funciona y se deshace de él de una vez por todas, pero prefirió tomar un vuelo con destino al ocaso y desde entonces no he sabido de ella, tampoco de él.
Una mujer borboletea como revoltosa. O aletea como mariposa para que me entiendan. A su lado, otra mujer languidece bajo las sabanas de África sin decir ni mú aunque de vez en cuando, desenrosca su larga lengua pegajosa y caza una mosca en un "tris trás". El amor no dura para siempre y los chocolates se han terminado, menuda indigestión. Suena el tic-tac y sé que es el cocodrilo que anda buscando al capitán, es hora de cenar. Una tercera mujer deshace su trenza y sopea las puntas del cabello en un chocolate espeso, tiene cara de concupiscencia invertida y eso no sé qué signifique pero suena impresionante. Con sus ojos de ébano, deja marcas en mi piel que me recuerdan que la leche estaba en la estufa, ahora me parece que huele a quemado.
De pronto suena el teléfono, se ha roto el hechizo. Desde el otro lado del mar, oigo una voz delgada de mujer que me dice "tiempo transcurrido, para continuar deposite otra moneda", y yo que no traigo cambio...
Imagen que acompaña: Paul Gauguin (1894), Mahana no atua.
4 comentarios:
Y a mí que ya se me terminó el chocolate! Justo ahora!
Ni modo querida, voy a tener que guardarte un poco por acá, besitos.
La física dice que todos los colores pueden desdoblarse a partir de una sola mirada luminosa. O algo así. Pero no lo había entendido... hasta ahora. ;-)
Es la suma de los colores que ocurre como fenómeno apreciable luego de la suma de las almas, gracias mil.
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