Sentado frente al abismo de la tarde: el aire casi raspa y la calidez agobia. Los minutos se fugan pero la sensación de infierno permanece. Ante el clamor profundo de tregua, acomoda el cuerpo. Los recuerdos lo atraviesan. Se estremece. No es que tenga frío, más bien es como si en su interior se produjese el chirrido al arañar una puerta metálica. Se aferra a sus pensamientos; sabe que la esperanza arrancada de tajo deja un espacio enorme que devora, incluso, las ganas de vivir. El pasado inunda la mirada y se derrama. Nunca imaginó que el perder a un hijo doliese tanto. Herido de muerte, anhela que alguien responda al grito de auxilio... Y nosotros, ¿qué estamos esperando?
7 comentarios:
Las desgracias ajenas pasan a veces a miles de kilómetros de nuestros corazones...¡¡hasta que nos toca!!
Toda la razón, Drac. Por eso de vez en vez, hay que hacer un alto y revisar el camino... un abrazo.
Desgarrador.
Cada día hay más dolor y por más que yo la evada, es imposible.
Duele.
Un beso a tus letras.
una herida de muerte sin duda,
para quien la sufre no hay consuelo posible
un abrazo Paloma
Clarice querida: hay cosas de las que no puede uno sustraerse, sin perder humanidad. Y sí, duele, muchísimo. Beso de cielo encapotado para ti.
¡Sylvia! Bellísimo encuentro, aunque la razón no tenga consuelo. Que sea el inicio de tantas cosas, muchísimos besos de acá.
Uff, triste. Cómo devolverle la esperanza. Tremendo. Besos, amiga.
Pues sí, Máximo querido, hay épocas complejas en que no es fácil el rescate... beso grande.
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