
El día se fue rasgando, poco a poco, hasta que la reunión con futuros inversionistas se canceló. A partir de ahí, el hundimiento del
Titanic parece cosa de niños. Para salvarme, escapo a un bar. Pido un
vodka tonic en la barra, cuando se acerca alguien que pregunta si puede acompañarme. Un rápido escaneo me permite descubrir que no es Leonardo DiCaprio pero considerando mi zozobra y su pinta de John Wayne, le respondo que sí. Conversamos un cuarto de hora y supimos que nos entendíamos. Me descubro arrojada y sin dejo de vergüenza, me gusta esta personalidad desparpajada a la Monroe. Vamos hilando fino hasta que se enuncia la posibilidad y como buen matador, se tira al ruedo y paga la cuenta en un santiamén. Salimos casi corriendo y al llegar a mi auto, suena su celular. Responde en automático y su gesto rompe el hechizo de luna: — ¿Si?… claro amor, ya voy de camino… ajá… paso a comprar la medicina… por supuesto… bye—. Al colgar, me mira apenado; no hace falta agregar nada y nos despedimos rápidamente. En cuanto arranco el coche, suena mi teléfono: —Bueno… ¡hola cariño!... estoy saliendo de la chamba y ya voy para allá… también te quiero—. Hay veces en que la vida nos toma por sorpresa y no hay ni pa’ dónde hacerse.
Imagen que acompaña en: georgiemylove.blogspot.com/2009/02/favorite-d....