De pronto, oye que alguien llora detrás del viejo roble. Se asoma y descubre que es un cocodrilo blanco.
— ¿Por qué lloras? — pregunta bajito.
— Es que estoy muy triste y soy muy desgraciado —, responde el cocodrilo.
— Bueno, pero cuéntame, ¿qué te pasa?
— Es que todos los cocodrilos se ríen de mí por mi color claro y porque además, vuelo lento.
— Pero… ¿los cocodrilos vuelan? Yo sabía que nadaban…
— ¡Claro que volamos! — dijo el cocodrilo un poco mosqueado. — Lo que pasa es que no nos ven porque lo hacemos de noche.
Al ver que no hacía más que incomodar al extraño visitante, Julieta decide ayudarlo. Después de varias negativas por parte del cocodrilo, Julieta le enseña su bici y le dice que siempre que monte en ella, irá muy veloz. El cocodrilo no parece muy convencido de usar el armatoste, pero luego de hacerle una demostración, Julieta le presta la bici y hace un par de ensayos: si bien los pedales le quedan un poco incómodos, logra sostenerse en pié.
Como el cocodrilo parece más tranquilo, a Julieta se le ocurre que tal vez, también pueda ayudarlo con el asunto del color claro. Así que en un abrir y cerrar de ojos, Julieta ya está preparando una buena cantidad de cobertura de chocolate amargo. El cocodrilo la mira un poco sorprendido pues nunca se hubiera imaginado que una niña supiera hacer esas cosas. Cuando la cobertura está lista, Julieta se da cuenta de que el bote en el que está la cobertura es muy profundo y delgado, pero se le ocurre que si ella sujeta de la cola al cocodrilo, éste logrará zambullirse en el chocolate. Deciden probar suerte y lo consiguen, pero ¡oh, sorpresa! Faltó un poco de cobertura en la cola. — No importa—, dice el cocodrilo mucho más animado y viéndose al espejo, —…así ya estoy mucho mejor.
Una vez que el chocolate se ha secado y que el cocodrilo, con lágrimas en los ojos agradece a Julieta, se despiden con un fuerte abrazo. A continuación, el cocodrilo se echa a volar montado en la bici.
Unos días después, Julieta y su padre salen por la noche al jardín a contemplar las estrellas. De pronto, una ráfaga de luz que cruza el cielo los sorprende.
— Mira, Julieta, es una estrella fugaz. ¡Qué bonitas son!
Julieta siente el olor a chocolate amargo. No le confesará a su padre el secreto porque nadie ha visto nunca a un cocodrilo volar, pero una sonrisa inmensa se dibuja en su cara mientras contempla el punto blanco cruzando el horizonte.
Texto que acompaña a la imagen de Agus, El grego (2008?), Cocodrilo blanco bañado en chocolate negro.