sábado, 31 de diciembre de 2011
sábado, 17 de septiembre de 2011
Tres
domingo, 24 de julio de 2011
De arena y agua
—¡Cuéntame más! ¿Cómo es?—, insiste. Las horas escapan mientras hablo de la finísima arena blanca, de la mar en calma, transparente, de los peces de colores, de las piedras dormidas... Su mirada es un abismo, la sorpresa lo rebasa. Yo voy dibujando aquel lugar que llevo grabado en el alma y me pierdo, poco a poco, en los recuerdos.
Cierro los ojos y puedo sentir el golpe de calor al salir del avión, la humedad que recibe con los brazos abiertos. Un camino verde que se hace eterno de tanta impaciencia acumulada al tiempo que leo con cuidado los letreros en una lengua tan desconocida como mágica. Al llegar, la luz blanca inunda la habitación y más allá de las palmeras, surge el olor a sal y el rumor de las olas. Después, el momento cumbre en que la mirada otea el horizonte por primera vez y la voz se rinde, sobrepasada de emoción, ante el atardecer, el mar, el cielo. El universo parece pequeño, me siento completa.
Conforme sigo descubro que el tiempo me ha erosionado, subsisten nada más retazos sueltos de aquellos días, instantáneas que capturan las sensaciones y articulan mi tejido de vida. La memoria es eso en lo que creemos pero que quizá, no existe. Y así yo en aquella playa, con mis coletas y cubeta y pala en mano mientras las pesadillas de tiburones en un cuarto de azulejos amarillos se diluyen con el rayo del sol. Sé bien que la máquina interna no para nunca; sin embargo, en ese entonces el engranaje era perfecto, no existían las ausencias ni el desgaste que causa la asincronía, todavía. El resto del mundo se fundía en silencio cuando me echaba a volar... ¿Dónde fue que perdí todo aquello?
Intranquilo, pregunta por qué lloro. —Será que estoy hecha de arena y agua—, respondo. Hace una mueca extraña, mis palabras no le dicen nada: su vida es aún muy corta. Le sonrío y la luz vuelve a sus ojos; me pide que siga contando la historia. —No hay historia—, pienso, pero continúo hasta que se queda dormido; sé que sueña con el avión que, mañana, lo llevará a su propio paraíso.
© Toucanart, Criança na praia en:
http://www.toucanart.com/pt/products/7833/
lunes, 18 de julio de 2011
Caleidoscopio
Me miro en él como si fuera un espejo donde reconozco vicios y virtudes. Con la luz llegan fragmentos de lo que todavía somos, de lo que aún queda; las geometrías convierten al punto de origen en un haz ignoto. Pero en los reflejos también hay diferencias de fulgor y en cómo el rayo incide sobre los cuerpos según la sustancia que los forma, sea tristeza o alegría, fuego o agua...
La imagen es compartida; la fascinación se incrementa al seguir mirando y acompañar el rastro de tinta que escurre mientras hilvanamos los días. Caminamos sin rumbo fijo, no hay necesidad de brújula cuando se busca el extravío; tampoco es requisito calcular el tiempo, está hecho a la medida y se extiende conforme llegamos a cualquier lugar.
La mutua contemplación nos devuelve renovados. A pesar de las deformaciones cotidianas, somos felices jugando al derrelicto. Por ahora, este caleidoscopio es la única metáfora que encontramos para —acaso— sentirnos (más) vivos. Lo único que no debemos olvidar es que, cuando el espejo se rompa, nomás quedará la noche.
© niedersachsenfoto (2011), Aquarell, Oldenburgo, Niedersachsen, Alemania en:
http://www.flickr.com/photos/21975505@N05/5559676918/
jueves, 14 de julio de 2011
Tríptico de lluvia
I
Una ventana abierta; la mujer contempla el horizonte. Varios recuerdos rotos esparcidos por el piso. Y la lluvia que no termina nunca.
II
Habitación a media luz. El hombre piensa en la cartografía de la palma de su mano. Recuerda algo pero no sabe qué. Sigue lloviendo.
III
Es de noche. La mujer y el hombre duermen, distantes. No quedan recuerdos vivos, la lluvia arrasa con todo. No hay historia, puro espejismo.
© José Montenegro (2007), Noche con lluvia, Campo Marzio, Roma, Italia en:
http://www.flickr.com/photos/jose-montenegro/481988737/
sábado, 7 de mayo de 2011
Marcha Nacional por la Paz
domingo, 3 de abril de 2011
La llamada
Sentado frente al abismo de la tarde: el aire casi raspa y la calidez agobia. Los minutos se fugan pero la sensación de infierno permanece. Ante el clamor profundo de tregua, acomoda el cuerpo. Los recuerdos lo atraviesan. Se estremece. No es que tenga frío, más bien es como si en su interior se produjese el chirrido al arañar una puerta metálica. Se aferra a sus pensamientos; sabe que la esperanza arrancada de tajo deja un espacio enorme que devora, incluso, las ganas de vivir. El pasado inunda la mirada y se derrama. Nunca imaginó que el perder a un hijo doliese tanto. Herido de muerte, anhela que alguien responda al grito de auxilio... Y nosotros, ¿qué estamos esperando?
miércoles, 9 de marzo de 2011
Maitines
Abre los ojos: amanece. El mundo y sus formas se definen por un pestañeo, o varios. La luz de marzo se descuelga en la ventana, las aves conversan [quizá] sobre la inminente llegada de la primavera. Comienza la lucha contra la tiranía del reloj, cierra los ojos, quiere escapar, sentirse. La almohada susurra ecos desconocidos, la noche sabe de espejismos. Busca sin éxito al conejo blanco. Todo lo que conformaba su infancia ha quedado atrás; ahora dominan las imágenes fugaces, desconcertantes, impersonales. Una punzada surge bajo el ombligo cuando se percata de estar evocando a la vida y sus trajines. Pero no, no. Todavía es momento de reconocerse antes de iniciar... ¿iniciar qué? Imposible saberlo a estas alturas, los días tienen más preguntas que respuestas. La queja del intestino se pierde como un eco en sus entrañas. Los agobios pesan, agotan, envejecen. No olvides pagar la cuenta del teléfono. Suspira con languidez y pone atención a sus entresijos: el cuerpo se mece cuando el aire entra y se escapa, una y otra vez, sempiterno. Es como la caja de un acordeón que ya no suena, que está vacía. ¿Cuándo se fue la música? El futuro está escribiendo, se oye el golpeteo disperso de la Remington sobre el papel; más allá, vocifera un claxon histérico. A pesar de los afanes del reloj, no quiere volver, se resiste. ¿El tiempo premia o apremia? No hay respuesta posible, es una trampa. Se estira, lanza sus manos hacia el abismo que acota el techo, el desmayo invade su cuerpo. Resopla, gira el cuerpo inquieto; de nuevo, abre los ojos. Descubre la hora, pega un brinco y sale de la cama. Odia llegar tarde al trabajo; la culpa es de los devaneos mentales: son tan caprichosos como seductores.
© Carolina Vargas (2007), Ronco invierno en:
http://www.flickr.com/photos/sinsabor/2057789975/
sábado, 19 de febrero de 2011
Mocambo
Me acabo de enterar que han demolido hace tres días una sección del Hotel Mocambo. Una parte mía acaba de morir con él.
El Mocambo, construido en un estilo arquitectónico mediterráneo español por Manuel Suárez —al igual que El Casino de la Selva en Cuernavaca, hoy también demolido en aras de la “modernidad”—, abrió sus puertas a finales de 1932, en Boca del Río, Veracruz.
Pertenezco a la tercera generación de una familia que hizo de Veracruz, y en particular del Mocambo, su segundo hogar. Por eso, hoy evoco tantas nostalgias, principalmente de mi infancia: hamacas colgadas en sus cuartos; la travesía que entonces se me antojaba “lejanísima” desde el Puerto —que acababa en la Glorieta de Agustín Lara—; terrazas rodeadas de arcos blancos y suelos de mosaico rojos con una privilegiada vista al mar, donde di mis primeros pasos al igual que mi madre hiciera años antes; vitrales testigos de cuando aprendí a jugar al ping-pong; jardines, albercas y escaleras que me llenaban de asombro... En fin, para mí el Mocambo siempre estuvo lleno de rincones mágicos, de historias y de momentos gratísimos que hoy, no han de volver jamás. Una lágrima cruza mi rostro, despidamos con esta elegía al Hotel Mocambo y a toda su historia, que también es nuestra.
Acá dejo un álbum de fotos que me pareció precioso.
miércoles, 26 de enero de 2011
Desde el faro
© pseudonimo51 / Roberto Russo (2006), Faro Ventotene, Ísole Pontine, Italia, en:
http://www.flickr.com/photos/robertorusso/2091414428/
viernes, 21 de enero de 2011
Souvenir
No supo cómo aquel disco se coló en sus manos. Un momento y los retazos del pasado vinieron a asaltarla…
El cuerpo, lleno de soledades, buscaba consuelo esa noche. Encendió la computadora y se conectó a Internet. Vacilaba pero se decidió por aquel chat, un “poco” sórdido. Luego, las dudas se instalaron. Estuvo a punto de hacer “clic” y desaparecer por siempre, cuando él preguntó algo. Ya no sabe exactamente lo que charlaron pero sí recuerda esa sensación de “estar en casa”. Perdidos como estaban, se contaron sus historias, tristes, eso sí. Intercambiaron teléfonos. Él llamó enseguida y amanecieron cobijados por un espejismo. Quedaron ese mismo día, las ganas apremiaban. Pasaba del mediodía y él tocó a la puerta. No hubo flechazos. Con timidez, le ofreció un disco de regalo y contó una historia; a ella le pareció un lindo detalle. Después vino el silencio. Él tomó la iniciativa y se lanzaron al abismo. Varios intentos, los fantasmas de ambos se cruzaban. Finalmente, se durmieron abrazados. Despertaron más tarde y aunque lograron volar, fue evidente la lejanía —nunca llenes vacíos a la fuerza. Derrotados, se despidieron con un beso.
Ella mira el disco entre sus manos. Lo pone en el reproductor, la música es preciosa. Sonríe. No recuerda el nombre ni la cara; nunca volvieron a verse. Lamenta no haberle dado las gracias. Desde ese día, cada vez que quiere apresurar al corazón, evoca los recuerdos y escucha aquel disco… para jamás olvidar que el desamor es un trago amargo y difícil de pasar.
© i n i m i n i (2010), Solid en:
http://www.flickr.com/photos/57684906@N00/4721973667/in/set-72157623939110540/
viernes, 14 de enero de 2011
Amar es más que verbo
© Pino Carrola (2010), Y rema en espiral, en:
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lunes, 10 de enero de 2011
sábado, 8 de enero de 2011
Atemporal
© copepodo (2007), Cerradura en Frómista, Palencia, Castilla y León, España en:
http://www.flickr.com/photos/copepodo/471576291/
lunes, 3 de enero de 2011
Un día cualquiera
sábado, 1 de enero de 2011
Las pequeñas cosas
Trémula luz de un año que casi ni hemos estrenado.
Ella se peina ante la ventana, los minutos escurren despacio.
Una lluvia ligera empapa los corazones de los transeúntes. Él no lleva paraguas —en esta época no suele llover—, se cubre como puede la cara con el sombrero. El agua trasmina el saco. Tiene frío.
A lo lejos, despierta el zumbido de la avenida. Aquí dentro, todavía los gatos están dormidos bajo las mantas de la cama. Hora de hacer café. Suspira.
Sube al autobús y se acomoda en el primer sitio libre, junto a una señora que lleva sobre sus piernas la bolsa de la compra en el mercado. Berros y zanahorias la delatan.
El chofer del autobús sonríe al recordar la cara de felicidad de su hija con la bicicleta roja.
—Hay poca gente en la calle— piensa, como si de verdad le asombrara. Luego, el frío se le pega a la espalda, parece que lo abraza. Le fastidia estar mojado.
Contempla cómo el agua comienza a hervir. Queda absorta por el burbujeo hasta que un timbre de teléfono de algún vecino la devuelve a la realidad. Pone tres cucharadas de café y cuando va a cerrar el tarro, decide poner una más.
El autobús trepida en sus entrañas; no se mueve. El semáforo demora una eternidad en cambiar al verde.
El aroma del café invade la casa. Uno de los gatos ha despertado y viene a ronronear hasta sus piernas, cubiertas de franela.
Un viejo sube al autobús. Se parece a su padre. —Lo llamaré más tarde— se dice a sí mismo en forma de promesa. La mujer a su lado lo mira con desconfianza: parece un loco hablando solo.
Oye los pasos sigilosos del hombre del periódico por la escalera. Mira el reloj para comprobar la hora. —Sí— susurra —ha llegado temprano el día de hoy—. Y vuelve a la ventana. Al primer sorbo de café, sus ojos se abren: ha despertado. Más allá, oye como el gato rasca la arena en la cocina.
Un autobús se detiene en la acera de enfrente. Una flor amarilla que asoma por el asfalto. Se apea un hombre que parece mojado.
Sin saber muy bien por qué, él voltea hacia una ventana donde la ve, como un fantasma sosteniendo una taza en sus manos.
Se miran un instante que parece eterno.
Luego, él retoma su camino y desaparece tras dar vuelta en la esquina.
Ella lo sigue con los ojos, hasta perderlo.
El sol se asoma por el horizonte.
El año ha comenzado.
© jam343 (2004), Sin título de:
http://www.flickr.com/photos/jam343/1703693/